miércoles, 5 de febrero de 2014

CONCENTRACION MOTERA




La crisis económica me tenía descolocada. Ya hacía tres años que no encontraba trabajo, la multinacional del automóvil, en la que trabajaba, se había dedicado a recortar plantilla y estaba como otros seis millones de españoles, cobrando el subsidio de desempleo; mejor dicho, la mierda de ayuda que el estado nos da a los parados de larga duración. Se pensaran que con esa miseria una mujer de cuarenta y tantos, divorciada, con una hija de dieciséis, que tampoco trabaja y el alquiler, puede comer. 

Poco a poco había ido recortando gastos, ya no salía, me habían cortado Internet por impago, los gastos que no tenían que ver con la supervivencia habían desaparecido, al igual que los pocos ahorros que tenía antes del despido y la indemnización. 

Lo único de lo que no me quería deshacer, era mi moto. Una preciosidad de Harley,  comprada con los primeros sueldos que gane en mi vida y personalizada durante diez años. Ese era el único tesoro que tenia, aunque hacia una eternidad que no la sacaba; el precio de la gasolina y el seguro eran lujos que ya no me podía permitir. 

Antes de todo esto, solía salir a menudo, viajes por mi Galicia natal hasta Asturias, concentraciones por toda España, y multitud de rutas con los amigos de aquella época. A estas alturas no soy yo la única que no la saca del garaje, la mayoría de la gente con la que salía, o la han vendido o hace años que ni siquiera la arrancan; yo no puedo hacer eso, una vez a la semana, meto la llave, giro el contacto y un escalofrió recorre mi cuerpo, al sentir el atronador sonido del motor, que tantos y tan maravillosos recuerdos me trae. 

La ilusión de seguir manteniéndola, se termino el día que llego el aviso para cortarme la luz. Esa misma mañana, tras llorar desconsolada durante varias horas, puse un anuncio desde un cibercafé. En pocos días y tras unas  llamadas, llego la oferta esperada por ella, un tío que vivía cerca de mí, me daba lo que pedía, la decisión estaba tomada. Solo le pedí una cosa, que me la dejara unos días más, si le pasaba algo a la moto, no la compraría, pero yo quería hacer un último viaje, antes de perderla para siempre.  

He estado toda la semana limpiándola y preparando el viaje, no será muy largo, hay una concentración en Puebla de Sanabria, a unos doscientos kilómetros de mi casa, con lo cual el margen de mil que me ha dado el comprador, lo cumplo sobradamente.

Así que preparo la pequeña tienda de campaña, que tantos viajes ha vivido a mi lado, cargo las alforjas con la ropa y los bártulos necesarios para tres días, en realidad dos, ya que salgo el viernes por la tarde y el domingo a la hora de comer estaré en mi casa; lleno el depósito y la dejo en el garaje a la espera de que llegue el momento de salir. 

El día de la partida, una preciosa mañana de Julio, me despierto muy pronto, creo que estoy nerviosa, me tomo un desayuno rápido y repaso todo lo que tengo que llevarme, una mujer motera no puede hacer un gran equipaje, pero si lo necesario para seguir siendo tan coqueta  como siempre. Otra historia es el pelo, con el casco puesto tantas horas, aun no entiendo que hacen algunas para tenerlo como recién salido de la peluquería, así que yo hago una cola de caballo con mi melena rojiza, que por cierto me estiliza las facciones de la cara y me queda muy mona. 

Después de comer, bajo todo al garaje y arranco. Mientras circulo por mi ciudad, antes de coger la carretera nacional, siento como las lagrimas emborronan mi visión, en varios semáforos tengo que limpiármelas, con los guantes de cuero cortados y llenos de tachuelas que llevo puestos. Sé que es la despedida de uno de mis grandes amores y me está costando más de lo que pensaba, pero ya está vendida y quiero pasarlo genial, así que saco fuerzas de flaqueza y continuo con mi viaje.  

Nada más salir de la ciudad, comienzan las curvas, no es una moto para hacer grandes tumbadas, pero esa sensación me sigue volviendo loca.
 A medio camino, estoy algo cansada, decido parar a tomar un café y fumar un cigarro. Mientras me le estoy liando suena el teléfono. Es Alberto el chico al que se la he vendido. 

-¿Qué tal va el viaje Carla?, espero que lo pases bien, recuerda que aunque aun no te he pagado nada, la moto es casi mía, cuídala por favor-. 

Mi primera intención es mandarle a tomar por el culo, siempre he sido muy de impulsos de ese tipo, pero necesito la pasta y únicamente le contesto –ya sé lo que tengo que hacer, el domingo ten preparado el dinero, cuando llegue te la llevas a tu casita-. Sin decir nada más, cuelgo el teléfono, dejándole con la palabra en la boca. 

Con un cabreo impresionante, tiro el cigarrillo a medias, monto de nuevo y sin ni siquiera tomar el café, salgo a toda velocidad a la carretera. En pocos kilómetros me doy cuenta de mi error, solo me faltaba una multa, así que bajo el ritmo e intento disfrutar del viaje. 

Cuando me quedan pocos kilómetros para llegar, se empieza a notar ya el ambiente motero que tanto me gusta.
Al enlazar con la carretera que da al lago, aparecen muchas motos en ambos sentidos, nos damos el tradicional saludo, con los dedos de la mano en forma de “V”.

Ruido por todas partes, olor a gasolina y a ruedas quemadas, a estas concentraciones siempre va algún trastornado, que no solo quema rueda, sino que prácticamente quema el motor.

Nada más llegar, lo primero que hago, es recoger la inscripción, esto me da derecho a acampar, a las comidas y cenas de los dos días y por supuesto al típico regalo de todo este tipo de eventos, camiseta y pin conmemorativo. 

-¡Carla, Carla!, cuánto tiempo sin verte, me alegro de que te decidieras a venir, luego nos vemos-. Es lo que me grita, un antiguo amigo desde el otro lado de la carretera.

La verdad, por eso me he decidido a venir aquí, el ambiente siempre ha sido fantástico, somos una especie de gran familia, en la que todos nos conocemos y no perdemos el contacto, durante años, gracias a las redes sociales. 

Mientras coloco la tienda de campaña, dos tipos se me acercan por detrás, -¡Que! ¿Te echamos una mano?-, dice el primero de ellos, sin dejar de mirarme el culo. 

-No gracias, puedo yo sola- les contesto. Se plantan delante de la tienda en actitud desafiante, como si se fueran a comer el mundo, hasta que el otro me dice, -de verdad somos dos y tenemos cuatro manos, seguro que algo interesante podemos hacer entre los tres-. 

Con la maza en la mano, de clavar los vientos, me acerco a ellos con actitud desafiante, diciéndoles todas las barbaridades que me vienen a la boca,  no se lo esperaban y su forma de reaccionar es comenzar a insultarme. 

-Lo que eres es una estrecha y una calientapollas, deja de enseñar el tanga y medio culo cada vez que te agaches y no se te acercara nadie, zorra-.

Salgo disparada a por el primero y justo en ese momento aparecen en escena unos antiguos amigos de ruta, Félix el jefe de ellos a la cabeza. 

-¿Qué demonios está pasando aquí?, acabamos de llegar y ya le tengo que partir la cara a algún payaso-, le dice al que tiene más cerca, dándole un empujón tremendo que le lanza tres metros por el aire y le hace caer al suelo como si fuera un saco de patatas. 

El otro intenta defender a su amigo, pero enseguida se da cuenta de su error. Félix y sus colegas, son en total siete, moteros de los de toda la vida, con sus cazadoras y pantalones de cuero negro; es como que fueran todos hermanos de sangre, son altísimos y muy fuertes, a estas alturas más gordos que fuertes.  

El atontado y su amigo salen corriendo, Félix con una enorme sonrisa, de bonachón, bajo la barba canosa, se acerca a mí, me coge en brazos y me zarandea de un lado a otro, como si fuera una muñeca de trapo, mientras dice:

 –No pensaba que te encontraría aquí, sigues tan guapa como siempre-.

-Gracias grandullón-, le contesto, -Yo tampoco pensaba venir, pero he vendido la burra y quería hacer un último viaje-.

Me mira con cara de pocos amigo, -Como que la has vendido, era parte de tu vida, ¿Qué ha pasado?-. 

Los ojos se me llenan de lágrimas, no puedo decir nada, el grandullón se da cuenta de mi dolor y de nuevo me da un enorme abrazo, consiguiendo que me ría a carcajadas.

-Carla se viene con nosotros al campamento, recoged sus cosas y plantad su tienda al lado de la mía-, les ordena a sus chicos.

No puedo decir nada, aun estoy emocionada, se llevan todas mis cosas, cambio la moto de sitio, aparcándola junto a las suyas; son todas parecidas tipo chopper; todas menos una, que raro, que en un grupo de estos hayan dejado entrar a alguien con una  deportiva. 

En pocos minutos están todos manos a la obra, unos colocando tiendas, incluida la mía, otros preparando leña para la barbacoa tradicional. Entre ellos hay un chico distinto, todos han venido en algún momento a saludarme, o a presentarse, todos menos uno. Por el tipo de ropa que lleva es el conductor de la moto deportiva; el cuero de todos los demás es negro y está lleno de parches y pins de otras concentraciones, igual que mi ropa. Este chico también lleva cuero, pero en esta ocasión es un mono, de color azul marino con algún trozo blanco y negro, sus botas son de competición, es alto y sin ser muy guapo, tiene algo que me atrae. 

Decido ir yo a presentarme, de vez en cuando he visto como me miraba y como apartaba la vista cuando era yo la que lo hacía. 

-Hola, soy Carla, creo que eres el único al que no conozco- mi mira entre tímido y sorprendido. –No, no nos conocemos, soy José el hermano de Félix-.

Ahora lo entiendo, no pertenece al grupo, solo es un invitado. José, me explica que la gente con la que salía, ya no lo hace, que no pertenece al grupo de su hermano, pero que todos le aceptan, así que ya hace tiempo que decidió hacer salidas con ellos. Eso sí, no tiene ninguna intención de cambiar de moto, ni de vestirse de negro parcheado como sus amigos. 

Los dos pasamos el resto de la tarde charlando. Nunca he tenido buen ojo para los hombres, a las pruebas me remito, mi matrimonio roto, la relación más larga que he tenido en los últimos años fue de meses, he llegado a pensar que la rarita soy yo. Este hombre es distinto, su forma de hablar, su timidez al principio, ya se ha soltado, la manera de mirarme; no sé, algo en el me gusta mucho y no sé que es. 

Al anochecer se encienden las hogueras en el campamento, todos los moteros preparan sus cenas, mientras brindamos con abundante cerveza. Se cuentan chistes, historias de rutas antiguas, se habla de mujeres y de sus ligues; ya estoy acostumbrada, aunque cada día hay más mujeres en este mundillo, siempre ha sido casi en exclusiva para hombres. Yo fui de las primeras en pertenecer a un moto club, con moto propia y eso me genero muchas amistades, pero también odios, envidias y enemigos; y no precisamente entre el sexo masculino, ni mucho menos, los malos rollos, vinieron por parte de otras mujeres, se pensaban que yo me los follaba a todos, ¡zorras idiotas!. 

Después de la cena, tenemos concierto. Un grupo rockero, de los viejos tiempos, nos dan muchísima caña y lo pasamos genial. José ha bailado un buen rato conmigo, lo hace fatal, y no ha dejado de mirar el tatuaje en forma de corazón que asoma por mi escote. Ya de madrugada al volver a las tiendas, me doy cuenta,  que he pasado la mayor del tiempo con José, es un chico estupendo. 

Al acercarnos al campamento, la oscuridad de la noche no absorbe por completo, no veo nada, a mi derecha se enciende una pequeña linterna, un fuerte brazo me agarra por la cintura y el chico con el que he pasado uno de los mejores días en los últimos años, me dice –Mira bien por donde pisas, no me gustaría que te hicieras daño-. 

No sé si es por las cervezas o porque, le agarro por la cintura y le doy un largo y húmedo beso.  

Al fondo se oye como el resto del grupo se acerca, el se aparta de mí y  dice    – perdona, si me quedo contigo, mi hermano me mata-, se da la vuelta y se mete en su tienda.

No entiendo nada, que demonios ha pasado, el beso ha sido fantástico, creo que estoy incluso algo cachonda, pero ¿por qué ha dicho eso?

 El resto de los hombretones ya han llegado, una última cerveza y algún que otro canuto, ruedan por el campamento. Cuando veo que Félix esta ya bien borracho decido preguntarle. 

-¿Que le has dicho tu hermano de mi?-, tras gruñir un poco, me contesta a voces, -Que no quiero chorradas, que eres una amiga de toda la vida y que no me gustaría que por su culpa, tengamos tu y yo malos rollos-, suelta un tremendo eructo, que hace que todos se rían, dando la conversación por terminada. 

Al ver que el gran jefe se mete en la misma tienda de campaña que José, me doy cuenta, que ya es hora de dormir y que mañana será otro día, pero ese chico será mío. 

En concentraciones de este tipo, se bebe mucho, se come mucho y no se duerme nada. Creo que en total cuatro horas y no profundamente, así que me despierto hecha polvo, ya no tengo edad de dormir en el saco y me duelen hasta las pestañas.

Mientras espero en la cola, para el desayuno. José se pone a mi lado, esta algo serio, no tarda en pasársele, en cuanto yo le doy un codazo y le hago una gracia para romper el hielo. 

A la hora de salir, con todo el mundo a la ruta, la moto de José no arranca, se ha quedado sin batería, todos se marchan, yo me quedo con él, la desmontamos y se la dejamos a los de la organización para que la carguen.

Le ofrezco llevarle, para no perdemos nada de lo que el día nos ofrece.

-Hace un siglo que no monto de paquete, no sé si sabré- me dice con una mueca algo estúpida. Le convenzo para que monte y salimos disparados al encuentro de la caravana. 

Se le lleva muy bien, y yo voy muy contenta, en cuanto me he tumbado un poco, ha dejado de agarrase a la moto. Ahora va abrazado a mí con fuerza, en poco tiempo alcanzamos a los demás, al ir tan despacio podemos incluso hablar  por el camino. Ya ha cogido confianza y apoya sus manos en mis piernas, acariciándome los muslos, creo que sin darse cuenta.  

Eso me pone mucho, en el siguiente cruce me salgo del recorrido y nos quedamos solos, no voy demasiado deprisa, el aprieta su cuerpo aun mas contra el mío, mientras pasa sus manos por todo mi cuerpo, se deleita especialmente en mis pechos, con una mano, mientras mete la otra en mi entrepierna, no digo ni hago nada, la verdad lo estoy deseando desde que le bese anoche. 

En el primer camino de tierra que encuentro me desvió, nos internamos un poco en el bosque y paro donde nadie nos puede observar. Nos quitamos los cascos y los guantes,  me doy la vuelta y me quedo de cara a el, aun sentados en la moto.

 Muy despacio abre la cremallera de mi cazadora, me besa y me muerde el cuello, baja hasta mis pequeños pechos y lame con pasión mis duros pezones.
 

Dejo que mi cuerpo caiga hacia atrás, apoyándome sobre el manillar, para que pueda seguir acariciándome con la lengua, suelta los botones de mis vaqueros y mete la mano, se sorprende un poco, al darse cuenta de que no llevo ropa interior, el brillo de sus ojos es la prueba de que le ha gustado la sorpresa.

Me incorporo un poco, para quitarle la ropa a él, aunque le sobra algún kilito, es muy grande y fuerte; ¡me lo quiero comer enterito!

Al desabrocharle el pantalón me doy cuenta de que él tampoco lleva ropa interior, nos sonreímos con picardía, meto la mano en el pantalón y se la agarro con fuerza. La tiene enorme y muy dura. Me siento sobre el depósito, se la saco y me la meto entera en la boca, el me coge de la coleta y marca el ritmo de la mamada. 

Esta jadeando, se que le gusta como lo hago, tira de mi pelo, quiere que pare, pero no me apetece, esta riquísima y verle disfrutar así, me está mojando entera. 

Al final lo consigue, salta de la moto y hace que yo le siga. Nos besamos de nuevo, baja aun más mis pantalones, me quita la chaqueta e introduce los dedos en mi mojada vulva, ya no puedo parar, respiro de forma incontrolada. Me giro y dejo las manos apoyadas en el colín de la moto, arqueo la espalda y le dejo contemplar mi desnudo culo unos segundos.  

-¡Precioso tatoo!- me dice al ver el ángel y el demonio que se abrazan en mi omoplato.

-¡Calla! ¡Comémelo vamos!- le pido entre jadeos. 

Se arrodilla detrás de mí y comienza a pasar la lengua muy despacio por mi empapado sexo, de vez en cuando mete la punta de la lengua y hace que me estremezca. Se incorpora y con la punta de su miembro, juega con mis labios mayores, amenazando con metérmela hasta el fondo. 

La necesito dentro, aprovechando un segundo de descuido, soy yo quien empuja y me la meto enterita, es aun mejor de lo que parecía, me da un pequeño azote en los glúteos y me dice, -Eres mala, muy mala-. Pero no la saca, se queda quieto mientras soy yo la que se lo folla. 

La sensación que me recorre es impresionante, como una descarga eléctrica, un orgasmo atraviesa mi cuerpo y hace que de mi boca, salga un grito de placer, me da un par de besos en la espalda y me dice –ahora me toca a mí, déjame hacértelo-. 

La saca de mi cuerpo y vuelve a comerme el clítoris, me corro otra vez, ¡Este chico es una fiera! Me la mete de nuevo desde atrás, agarrándome otra vez por la coleta, sus envestidas son brutales, creo que me va a romper algo ahí dentro; pero no es eso, un tercer orgasmo me deja destrozada, mis rodillas tiemblan por el placer. 

Se sienta de nuevo en la moto y me pide que se lo haga allí encima, ¡no sé si me quedaran fuerzas! En el momento que le tengo dentro de mí, se que si las tendré, cabalgo sobre su verga de manera salvaje, nunca lo había hecho en una moto y menos en la mía, eso me pone muy cachonda. Al notar que su cuerpo se tensa, sé que es el momento, me dejo llevar y los dos nos corremos juntos. Nos quedamos un rato inmóviles, solo unas suaves caricias, que nos hacemos mutuamente. 

Pasamos el resto del día solos, perdidos por las montañas, repitiendo la experiencia, otro par de veces. Solo paramos para comer y fumar un cigarro de vez en cuando, lo demás es puro sexo y asfalto. 

Al llegar al campamento, Félix nos saluda de manera muy fría, se lleva aparte a su hermano y tras una pequeña discusión, en la que no me entero de nada, los dos vienen a por mí, el grandullón me da un gran abrazo.

Después me enteraría, todo iba por la tienda de campaña, José quería dormir en la grande conmigo y Félix quería que lo hiciéramos en la mía, mucho más pequeña, donde al final durmió él solo. 

Al día siguiente la despedida fue dura, intercambio de teléfonos y correos electrónicos, para mantener el contacto y poco mas, demasiada gente a nuestro alrededor, como para pasarnos el tiempo besándonos y haciéndonos arrumacos. Un simple abrazo y un hasta pronto fue lo único que pudimos hacer.

Por la tarde, ya en Vigo, entrego la moto, a un tío que ni se la merece, ni la querrá tanto como yo. Si el muy estúpido supiera, la cantidad de cosas que han pasado en ella, este fin de semana, no sé si me la compraría. 

Hoy estoy preparando de nuevo la maleta, un amigo de Valladolid al que conocí en el Lago de Sanabria me viene a buscar. Es la cuarta vez este año, que nos vamos de fin de semana juntos, la distancia es un problema para las relaciones, pero internet y el móvil nos acercan a diario, Se que le quiero y que le deseo; y también que el siente lo mismo por mí. Me lo dice a diario.

  

                                                                          J.M. LOPEZ
 

3 comentarios:

  1. He vivido muchas concentraciones y me encantaría conocer en alguna de ellas a la tal Carla. Aunque estoy seguro que yo seria Félix y no me comería una rosca

    ResponderEliminar
  2. todos somos un poco Félix y todos queremos ser José

    ResponderEliminar

Se agradecerán los comentarios que sirvan para mejorar.