miércoles, 19 de febrero de 2014

LA VECINA DE AL LADO


Jamás imagine lo que el destino me tenía preparado. Ya hace 15 años que me he mudado a este pueblo, más bien ciudad dormitorio, donde la vida me sonríe y la verdad es que soy muy feliz.
El trabajo va muy bien, mi hijo de 8 años, es un figura encantador y mi relación de pareja es estable, cada día más enriquecedora. En el tema económico, me podía ir mejor, pero soy un desastre y cada euro que pasa por mis manos, sale igual de rápido. Aun así, no me puedo quejar, los tiempos que corren no son muy boyantes para nadie. Cada vez es más difícil tener curro, buenos amigos y aun más complicado tener una relación sincera.
Cuando pensaba que ya nada iba a cambiar, aunque tampoco quería caer en la rutina, apareces en mi vida y lo pones todo patas arriba.

Hacía años que nos conocíamos, en un tiempo fuiste amiga de mi mujer y yo me llevaba genial con tu marido. Coincidíamos poquísimo, a pesar de vivir a menos de doscientos metros el uno del otro. Siempre que nos encontrábamos en la calle, nos saludábamos de manera muy cordial.

-Hola Carla, ¿Qué tal va todo?,- te decía yo.
Y tu contestabas –Buenos días José, muy bien como siempre-.
Nos despedíamos y cada uno seguía su camino, sin más. Yo me había fijado en tus ojos, eran espectaculares, en tu melena larga y morena; algunas veces, disimulando, incluso me había dado la vuelta, para mirar es culo tan  precioso que tienes. Por lo que yo sabía, tu ni siquiera te habías fijado en mí, lo de saludarme, era por ser marido, de quién era y punto.
Pero todo esto comenzó a cambiar hace unos meses. Estaba en el parque, sentado en un banco yo solo, mientras mi hijo jugaba. No te había visto venir, estuviste un rato observándome, a ver qué hacía, mirando mi forma de actuar con detenimiento y decidiendo, como y en que momento acercarte a mí.
Cuando vistes que encendía un cigarro, aprovechaste la oportunidad, te sentaste a mi lado y comenzaste a hablar.
-Hola José, ¿tienes fuego?-, yo me di la vuelta, mientras metía la mano en el bolsillo, sacaba el mechero y te encendía el cigarrillo, te dije.
-Hola Carla, no te había visto venir, ¿Cómo es que estas por aquí?-, en un segundo te mire de arriba abajo.
 Llevabas puesta una falda por debajo de la rodilla y una camiseta de flecos, las dos amarillas, unas sandalias negras, que se te enredaban en el tobillo, subiendo por la pierna hasta media altura y un monto de pulseras de muchos colores en ambas muñecas. Pero en la parte que mas me fije, fue en tus enormes ojos negros.
Tu mirada era de felicidad, aunque también se te notaba algo nervioso.
-He venido con mi hijo, para que juegue un rato-, con un gesto con la cabeza ,me señalaste donde estaba el pequeño.
-El mío anda por ahí, la verdad es que con este tiempo no le aguanto en casa, por eso aunque aun anochece pronto, prefiero que se desfogue, antes de ver como escala por el sofá-, los dos comenzamos a reírnos.
Estuvimos mas de una hora hablando, empezamos con  los niños y terminamos hablando de nosotros mismos. Después de despedirnos y de alejarnos, me gire y grite.
-¡Carla!, ¿mañana a la misma hora, en el mismo banco?- Al darte la vuelta, tu melena oscura roto alrededor de tu cuello, hiciste un movimiento de cabeza afirmativo y te fuiste sonriendo de oreja a oreja.

Esa noche no pude dejar de pensar en ti, tu mirada, tu sonrisa, tu pelo, tus labios deliciosos y un escote que dejaba ver, la generosa curva de tu pecho, hicieron que no pudiera pegar ojo. Me abrazaba a mi mujer de vez en cuando, intentando borrar esa imagen tuya de mi mente, pero era imposible, en cuanto mis parpados caían, tu figura se aparecía en mi mente y no me dejaba dormir. Creo que incluso estaba algo excitado al recordarte.
Al día siguiente llovía, la cita se tenía que posponer, extrañamente en mí, eso me sentó fatal. Necesitaba verte, hablar contigo y saber si lo que sentí la tarde anterior, se repetía o no.
Toda la semana continuo lloviendo, y mi desvelo nocturno, paso a ser, constante el resto del día. No podía sacarte de mi cabeza, me estaba volviendo loco.
El viernes, por fin paro unas horas. Nada más llegar de trabajar, prepare al mi hijo y me le lleve al parque a la carrera, tu no estabas allí, que podía esperar, me sentía ridículo y como un crio de dieciséis años, estaba atontado por completo. El niño se fue al tobogán gigante, un columpio que era la atracción principal del lugar, con paredes de escalada, escaleras por todas partes, un puente de cuerdas y un tubo circular por el que se deslizaban a oscuras y en el que aprovechaban, todos los chicos, para gritar y bajar riéndose.
Saque el tabaco del bolsillo, me acerque un pitillo a la boca, al buscar el mechero escuche.
-Necesitas fuego-, me di la vuelta y ahí estabas tú. Aun más hermosa que en mis sueños.
A los dos nos sobraban unos kilitos, cosa que a mí no me importaba demasiado, pero por lo que me habías contado el primer día, te tenían algo acomplejada. Sinceramente, a mi no me parecía para tanto, yo te veía con otros ojos, para mí, estabas buenísima.
Por la sorpresa, no era capaz de encender el cigarro, tu sonriéndome, encendías de nuevo la llama para que yo lo consiguiera, con las manos protegí el encendedor, al rozar tu piel, sentí un escalofrió recorrer mi cuerpo, ¡se apago de nuevo! Con delicadeza me quitaste el cigarro de los labios, lo colocaste en tu boca y lo prendiste. Le diste una larga calada y lo colocaste otra vez en mi boca.
Entre tartamudeos acerté a decir -Hola, muchas gracias-, aunque a esas alturas ya estaba paralizado por la emoción.
-¿Nos sentamos?- me dijiste señalando el banco más cercano.
Te sentaste tu primero y yo fui detrás, aunque me puse un poco alejado de ti. Comenzamos a hablar y me contaste, que lo del otro día había sido genial, que podíamos quedar más a menudo en el parque y que no sabías que sería tan divertido estar en mí compañía.
Poco a poco, te acercaste a mí, hasta apoyar tu mano sobre la mía.
-Esta amistad promete mucho-, me dijiste mientras sonreías y me guiñabas un ojo.
No sabía cómo tomármelo, pero algo en mi interior, me decía que sentías lo mismo que yo y eso me hacía muy feliz.
Durante una temporada, hemos estado con ese pequeño juego, sin llegar a más. Pronto dejamos el parque, demasiada gente mirando a nuestro alrededor. Empezamos a quedar en otro lugar y aunque seguimos yendo con los niños, ellos suelen ir muy por delante de nosotros jugando. En esos momentos, que nadie está cerca, nos rozamos la mano, incluso alguna vez hemos llegado a caminar unos metros agarrados de ellas, siempre con mucho cuidado de que no se nos vea.
 

Los mensajes de móvil son constantes y diarios, prácticamente todos los días nos llamamos y hablamos durante un buen rato, la complicidad que tenemos es increíble y los dos empezamos a necesitar algo más. Ya tenemos incluso planeada una escapada, aprovechando que nuestras respectivas parejas, van a ir a una manifestación, que habrá en unos días en el centro, con motivo de los recortes en sanidad. Los dos pondremos una escusa para no ir y nos veremos en tu casa.
Lo del lugar es cosa tuya, yo había pensado pasar a buscarte e irnos lejos del pueblo, a un lugar donde nadie nos conociera.
Aunque queda poco para estar juntos, los días pasan muy despacio. Hemos pasado de chatear un poco, a no parar ni un minuto en todo el día y de llamarnos un ratito, a pasarnos varias horas al teléfono. Tengo miedo, de que antes de poder tenerte entre mis brazos, alguien pueda descubrirnos.
El día ha llegado. Mi mujer se levanta pronto, arregla un poco la casa y prepara al niño. Entra en la habitación, a prepararse, yo estoy aun en la cama.
Da la luz y me dice -¿Qué pasa contigo cielo, no piensas levantarte hoy?, ya te puedes dar prisa o llegaremos tarde-.
Apago la luz y la digo – me duele mucho la cabeza, cariño, estoy muy fastidiado, no creo que pueda ir con vosotros.
Sale del baño, se acerca a la cama y tras colocar una mano en mi frente me dice.
-No tienes fiebre, pero si quieres, me quedo en casa a cuidarte-, Una punzada de remordimiento me atraviesa el corazón, pero tengo que aguantar las emociones.
-No te preocupes, iros vosotros, yo me quedare en la cama, a ver si esta tarde estoy mejor-, mientras se lo digo, mi cara refleja la vergüenza que siento por mentirla, menos mal que la luz está apagada y no puede verme.
Sé que se va a ir, ella es enfermera, este problema la toca muy de cerca, ya que han despedido a muchas compañeras y amigas, incluso su puesto corrió peligro durante un tiempo, a si que se mete de nuevo en el baño para terminar de arreglarse.
Mi hijo viene a darme un beso a la cama antes de salir.
-Papa, pórtate bien y no cojas frio, te quiero- Esto me parte el corazón, sé que estoy haciendo algo malo y por nada del mundo querría que el sufriera, pero el deseo de tenerte, es más fuerte que todo.
Nada más que salen por la puerta cojo el teléfono. Un simple “ya”, es la señal pactada, para cuando yo este solo. Ahora mientras me visto, espero su respuesta. Desde tu casa, se ven los autobuses salir y eres tú la que vigila, que tanto su marido como mi mujer y los niños, se van con todo el mundo a la manifestación.
Los nervios no me dejan tranquilo, doy paseos de un lado a otro del hall de mi casa. No sé que está pasando, mando de nuevo la señal, no recibo respuesta. ¿Habrá pasado algo? Diez minutos más tarde de la hora prevista, en mi bolsillo comienza a vibrar el teléfono. Es una llamada, algo no va bien.
-Dígame- Contesto intranquilo.
-José cariño soy yo, Carla, perdona que allá tardado tanto-, tu voz suena acelerada.
-¿Qué ha pasado?, me tenias muy preocupado, ¿El no se ha ido verdad?- Digo con algo de alivio y tristeza a la vez.
-Si, si que se ha ido, pero ha montado en el ultimo transporte y van con algo de retraso. Ya puedes venir-.
Cuando me lo dices, ya estoy esperando al ascensor, tenemos unas tres horas y quiero aprovecharlas al máximo.
Llego a tu portal y llamo, no contesta, pulso de nuevo el botón del interfono, nada, que no lo coges. Cuando voy a llamar por tercera vez, apareces en la puerta. Pasas por delante de mi casi sin mirarme y con disimulo me susurras, “entra  y espera un minuto”.
Te hago caso, aunque estoy muy sorprendido. Desde el portal te veo ir a la panadería, que hay a unos metros de tu casa. Estas preciosa, llevas un abrigo negro hasta las rodillas, medias también negras y zapatos del mismo color, tu melena se bambolea de un lado a otro. A los pocos segundos sales con una barra de pan, entras en el portal y me dices.
-He preparado algo, para luego y sin esto no tiene gracia-. Me sueltas con una mirada picara.
Te acompaño al ascensor, tengo que tener cuidado, me has invitado tu y no quiero que tengas problemas con tu marido, por la indiscreción de algún vecino.
Mientras esperamos, acerco mi mano a la tuya, acariciándola, me miras e inclinas ligeramente la cabeza, mordiéndote el labio inferior, ¡Te deseo tanto!
El ascensor llega, abro la puerta, te dejo pasar, en el fondo soy un caballero. Pulsa el botón del último piso, un doceavo, las puertas interiores se cierran. ¡No puedo más!, me lanzo a tus labios, me correspondes, agarrándome por la nuca y apretándome contra tu boca, metiéndome la lengua, para rozarla contra la mía.


Te beso el cuello, intentando no dejar ninguna marca, bajo un poco al escote, al abrir el abrigo, descubro que no llevas hada debajo. Esto me pone muchísimo, acaricio un pezón con la punta de la lengua, encorvas la espalda y sueltas un pequeño gemido, el pezón, se eriza y endurece de inmediato. Voy a por el otro, pero me detienes.
-José para ya hemos llegado-. No hago caso, sin dar tiempo a que las puertas se abran del todo, pulso el botón del bajo.
Se cierran de nuevo y comenzamos el descenso. Continuo por donde lo había dejado, por el otro pezón, esta vez meto los dedos entre sus piernas, es increíble ya estas mojada. No tienes nada de bello en las ingles, me dejo caer  y paso la punta de la lengua por todo tu sexo, de nuevo un gemido se te escapa entre los labios. Separas un poco las piernas y aprovecho para meter la lengua en tu interior, está caliente, húmedo y salado, su sabor me excita aun mas.

Llegamos abajo, ahora eres tú la que pulsa el botón de subida.
-José no pares, ¡sigue por dios!-, los jadeos son cada vez más rápidos.
Al pasar por el cuarto, tienes un gran orgasmo, tus manos aprietan mi cara contra su vagina y no quiero dejar de comerte. En la siguiente bajada te corres de nuevo y me apartas de ti.
-No sigas por favor, espera un momento- Me dices, intentando que tu respiración se tranquilice.
Nos hemos despistado y las puertas se abren sin que ya podamos pararlas. Cierras el abrigo con urgencia, un anciano abre la puerta del bajo y se monta con nosotros, nos hemos separado un poco, para que no se de cuenta de nada.
-Buenos días vecina, ¿Qué frio hace en la calle?-, te dice nada más entrar. Asiente con la cabeza, sin decir nada.
Pulsa el botón del sexto, y se da la vuelta mirando a la puerta. Aprovecha para acariciarme la entrepierna, que ya está a punto de reventar los botones del pantalón. Me muerdo el labio, para que no se escape ni un susurro de la boca. Cada vez aprietas más fuerte, creo que voy a estallar con el anciano y todo allí dentro.
El ascensor se detiene.
-Hasta luego, que tengan un buen día-, Dice el buen hombre.
Las puertas se cierran de nuevo, tú te deja caer de rodillas, mordiendo mi erección a través del pantalón. Solo un pequeño quejido de dolor sale de mis labios.

Al llegar a tu piso, salimos del ascensor, sacas las llaves, del bolsillo y giras la cerradura para abrir, yo aprovecho para meter la mano por debajo de tu abrigo y darte un pellizco en el culo.
Al entrar nos enzarzamos los dos, como si fuéramos dos gatos en celo, vamos desnudándonos el uno al otro por el pasillo, dejando tirada la ropa por todas partes. Al llegar al dormitorio te sientas en la cama, tu boca esta a la altura perfecta, metes mi miembro en tu boca. Muy suave, solo con los labios, dentro, fuera, rozas mi glande con los dientes, el estimulo es increíble. Mi pene, a desaparecido por completo en tu garganta, nunca creí llegar a ver esto, sujeto tu cabeza contra mi cuerpo, no dejo que la saques, hasta que tengo la sensación,  de que te estás ahogando.
-¡Déjame respirar! o no podre terminar lo que he empezado- Me dices con los ojos rojos, por la falta de aire.
Me subo sobre ti, colocándome entre tus piernas, comienzo a penetrarte. Al principio solo la un poco, con un ritmo muy lento. Cada vez, un poco más dentro y aumentando la velocidad. Enseguida rompo a sudar, a ti te pasa lo mismo, el calor de nuestros cuerpos es tremendo. Muerdo ligeramente, uno de tus pezones, Al moverte, consigo entrar aun más dentro de ti, nuestras manos se entrelazan con fuerza y un nuevo orgasmo se dispara en tu interior.

Me dejo caer sobre tu cuerpo, sin sacarla, moviendo tus caderas muy despacito, nos lo tomamos como un tiempo muerto, recobramos el aliento y nos besamos con locura.
-Carla, te quiero desde el primer día que hablamos- Me miras sorprendida.
-José, yo también te quiero, necesitaba esto hace ya mucho tiempo- Ahora soy yo el que la sujeta por la nuca, mientras la beso, esta vez con más pasión si cabe.
Cuando sus piernas sueltan su presa, dejo que mi cuerpo ruede, quedándome tumbado en la cama a su lado. Ella coloca su cara a la altura de mi verga, la besa, comenzando una felación increíble, mientras con las dos manos me masturba.
-¡Voy a correrme, no puedo más!-, rápidamente se monta sobre mí, se la introduce completamente, empezando un galopada corta, pero intensa. El tiempo justo para que los dos terminemos a la vez.

Nos dejamos caer sobre la cama, sudorosos y jadeando. Nos besamos de nuevo, ahora más tranquilos, damos paso a las caricias suaves, los arrumacos y los mimos. Ninguno hablamos, no nos hace falta, con nuestras miradas nos sobra.
-Ven conmigo a la cocina-, me dice Carla.
La sigo, aun estamos completamente desnudos. Me pide que me siente en una silla, ella comienza a sacar algunas cosas para picar.
-Enciéndeme un cigarrillo, por favor-, en la mesa hay un paquete de tabaco, saco dos cigarros, los enciendo a la vez y la doy uno. Antes de dar la primera calada me besa, pasa la otra mano por mi pene y me suelta.
-Quiero fumármelo hasta el final- sonríe y se da la vuelta para preparar algo sobre la encimera de la cocina.
-Si esperas un par de minutos, se enciende sola de nuevo- , me echo a reír, señalando mi miembro, que ya a perdido gran parte de su fuerza; suena a burrada de las mías, pero la verdad es que lo estoy deseando.
De espaldas a mí, haciendo sus cosas en la encimera, me está calentando de nuevo, nunca había visto a una mujer preparar el almuerzo desnuda. Apago el cigarrillo en el cenicero, me levanto y la ataco por detrás, comienzo besándola le cuello, apoyando mi miembro erecto contra su culo, la acaricio los pechos. Ella echa la cabeza hacia atrás, pellizco sus pezones y gime de placer.

Abre un poco las piernas, sin cambiar de posición la penetro de nuevo, es muy excitante hacerlo así, mis arremetidas son cada vez más intensas, al igual que sus jadeos. No tarda en tener un orgasmo, con un grito maravilloso.

Me hace salir de su cuerpo, acera una banqueta se sienta en ella y antes de metérsela en la boca me dice.
-Quiero que me des de comer- Sus labios cubren mi glande por completo, su lengua me roza de manera muy placentera.
Con ambas manos, me la sujeta con fuerza, masturbándome al ritmo de la felación, ¡no voy a resistir mucho tiempo! Siento que me tiemblan lar rodillas justo antes de dárselo todo. Sin sacarla de su boca, la saborea durante unos segundos más.
Me abraza, apretando sus pechos contra mi cuerpo.
Sentados en la mesa, completamente desnudos, comemos lo que tenía preparado para la ocasión. La conversación es tan amena y entretenida como siempre, es una mujer sensual e inteligente, da gusto hablar con ella, hasta hace unos minutos, es lo que más me atraía de Carla.
El tiempo se pasa volando, el bullicio en la calle nos saca de nuestro embelesamiento.
-¡Joder ya están aquí!- me dice, asomándose un poco a la ventana y mirando a la calle a través de las cortinas.
Salgo disparado al pasillo, recojo toda mi ropa, me visto a toda velocidad. Un último beso, es la fugaz despedida, para la que tenemos tiempo.
En el ascensor termino de vestirme, salgo del portal y unos pasos después, me cruzo con su marido, agacho la cabeza, intentando que no me vea, cosa que misteriosamente consigo.
Al girar la esquina mi mujer y mi hijo vienen de frente.
-Hola cariño, ¿Qué haces por aquí?- pregunta mi mujer sorprendida de verme en la calle.
-Me he quedado sin tabaco, e iba a comprarlo, si llego a saber que ya estabais aquí, te lo habría encargado a ti-, la contesto inventándomelo todo sobre la marcha.
Me acompañan al bar a comprar, después vamos los tres de la mano a casa. Mi hijo emocionado, me cuenta todo lo vivido durante la manifestación, no para de hablar en todo lo que queda de día, hasta que al anochecer cae rendido, durmiéndose abrazado a mí en el sofá.
Esta situación, hace que cierto remordimiento me tenga muy preocupado. Mi mujer no sé ha dado cuenta de nada, nos acostamos pronto, se que no va a querer sexo, ya que está muerta de cansancio.
En cuanto se duerme cojo el teléfono y le mando a Carla un mensaje, no tarda en contestarme. Chateamos durante un rato, no es como siempre, algo ha cambiado entre nosotros y no parece que sea muy bueno.
Tardamos en vernos unos días. Cuando por fin lo hacemos, la conversación gira en torno a lo que sucedió en su casa. Llegamos a la conclusión, de que todo fue genial, pero que tenemos que olvidarlo, un calentón no puede romper la relación que los dos tenemos con nuestras parejas, así que decidimos dejar de vernos una temporada.
Aproximadamente un mes después, volvemos a coincidir en el parque, en un principio, el trato es frio y distante, pronto todo cambia, las miradas, los gestos y la actitud de los dos, hace que volvamos a necesitarnos el uno al otro.
Las sucesivas coincidencias, por llamarlas de algún modo, en el parque, mientras los niños juegan, hacen que el deseo brote de nuevo.
Pronto tendremos una nueva cita, será muy distinta, hemos quedado lejos del pueblo, en un Motel muy discreto, pasaremos toda la noche juntos y veremos si el sexo vuelve a animar una relación que los dos deseamos apasionadamente. En esta ocasión los remordimientos quedaran aparcados, para que nada estropee la velada.
Lo que nunca llegariamos a sospechar ninguno, es que, a raíz de la manifestación, nuestras respectivas parejas, comenzaron el mismo juego, juntos.

                                                                                 J.M. LOPEZ


6 comentarios:

  1. muy buena jose eso mas o menos lo e vivido yo jejejej ,solo que acabo de otro modo

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, me alegro de que te gustara

    ResponderEliminar
  3. No me ha gustado el final yo pensé qe acabarían enamorados

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No siempre el final, estará a la altura de las expectativas, y no siempre será feliz. Aunque en ningún momento del relato digo que no estén enamorados.

      Eliminar
  4. Pero yo quiero saber el final o en la próxima??

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Que crees que pasa entre nuestros protagonistas al final?
      Un final abierto da para que la imaginación se estimule mucho mas.
      Y entre sus parejas lo que pase será otra historia que a nosotros no nos importa.
      Gracias por tu comentario.

      Eliminar

Se agradecerán los comentarios que sirvan para mejorar.