miércoles, 21 de mayo de 2014

AMOR Y SANGRE

Mi entrenamiento como caballero había terminado hacia ya tres años. Como primogénito de mi padre heredaría sus tierras y títulos cuando el falleciera, pero las fiestas en el castillo, sus famosas borracheras y el no haber actuado a favor del Rey cuando este se lo pidió hicieron que toda mi familia cayera en desgracia. Los títulos ya no valían nada, de las tierras de labranza nos habían retirado los derechos, nuestro pueblo pasaba hambre y el inútil de mi padre seguía borracho como una cuba a todas las horas del día.

Ya en el desayuno se tomaba dos jarras de vino, más otras tres durante la comida. La situación había llegado a tal punto que el día en que el ejército de nuestro vecino, el Conde Diego de Castro, entro en nuestras tierras, tardamos casi toda la tarde en conseguir que mi padre diera la orden a sus generales para que preparasen la batalla. No solo no se tenía en pie sino que además no podía casi hablar, la primera orden que salió de su boca cuando comprendió lo que estaba sucediendo fue “Proteged las almenas”, eso cuando a nuestro enemigo aun le faltaban dos días para llegar al castillo.
 
Después de esos dos días todo fue muy rápido, las órdenes de mi padre y la traición del general Fernández hicieron que después de una mañana de lucha todo hubiera terminado. Mi padre fue ahorcado en la plaza vieja, estoy seguro que no se entero ni de que le llevaban al cadalso, mis dos hermanos pequeños murieron durante la batalla, yo fui herido en un costado y hecho prisionero, mis dos hermanas expatriadas y vendidas a los musulmanes que tenían en esa época la mitad de la península bajo su mando.
Una semana después de la batalla juntaron a todos los habitantes del castillo y sus alrededores en la plaza donde había sido ajusticiado mi padre. Nadie sabía muy bien que pasaba, en una gran tribuna se colocaron sillas para los altos cargos, todas quedaron ocupadas menos las dos centrales, a los lados de estas se repartía el Conde Diego junto a su mujer Doña Virginia, su amplia prole y la madre de este que aun tenía pinta de mandar más que él. En el otro lado de la tribuna el obispo, que casi no entraba en la silla por las tremendas posaderas que tenia, a continuación los generales vencedores, incluido el traidor y por ultimo un escribano con su atril lleno de rollos de papel, plumas, tintero, polvo secante, lacre rojo y una vela encendida al lado.
Cuando las trompetas y los timbales comenzaron a sonar todos los aldeanos se giraron hacia la entrada de la plaza, a mi no me hizo falta para saber quién era la persona que ocuparía la parte central de la tribuna, el Rey Alfonso IX de León con su esposa se acercan a la tribuna. El murmullo de la gente me hizo pensar que solo vino a ajusticiar a los que en su día no le prestamos ayuda contra los musulmanes, en una batalla en la que unos novecientos cristianos cayeron muertos bajo las cimitarras que con gran destreza manejaban los árabes. El mismo Rey que un años después, en 1190, firmaría una tregua con el Califa Abu Yusuf, para que este tomara el sur de Portugal llegando hasta Lisboa, ciudad que se salvaría por la epidemia que contraen los moros y por la tremenda batalla que los caballeros Templarios ofrecen defendiendo la ciudad.
Cuando el Rey toma asiento ya estamos casi todos los prisioneros colocados de rodillas frente a la tribuna, entre esta y nosotros un tocón de madera y el verdugo con un inmenso hacha en las manos. La plaza se ha quedado completamente en silencio, solo el relinchar de los caballos en los establos rompe esa quietud. Alfonso IX se pone en pie diciendo a voz en grito pero con total tranquilidad.
-Estamos hoy aquí para nombrar a mi buen amigo Don Diego de Castro dueño y señor de todas estas tierras que unidas a las que ya tenía, formaran una alianza conmigo para derrotar a los sarracenos que intentan tomar toda la cristiandad-, hace una pausa, con un gesto de su mano hacia el Conde  le pide que se acerque.
Este con una tremenda sonrisa que no es capaz de disimular se arrodilla ante el Rey, para eso estaba el escribano, acerca unos rollos de papel al conde junto con una pluma y el tintero, después de firmarlos ambos echa polvo secante, lo sopla, los enrolla, aproxima el lacre a la vela dejando caer un poco sobre ellos, para que con el añillo real queden sellados todos los acuerdos.
Los dos toman asiento y es entonces cuando el traidor se levanta de su silla, baja la tribuna y comienza a recorrer la fila de prisioneros diciendo.

-Vosotros habéis sido declarados enemigos de la corona, aunque esto conllevaría la pena de muerte tenemos la necesidad de mandar tropas a Tierra Santa para ayudar en la reconquista de Jerusalén, por ello el que lo desee tendrá que jurar obediencia a su Majestad el Rey Alfonso, será desterrado y enviado a Inglaterra para que se una a las filas del Rey Ricardo en su cruzada-, cuando termina de hablar esta en el final de la hilera de prisioneros arrodillados.
Tras mirar a Alfonso y recibir su venia comienza de uno en uno, recitando primero el nombre del acusado, le hace jurar obediencia, todos lo hacen hasta llegar a mí, me hace levantar, postrarme ante el Rey y comienza con la misma letanía.
-Don José de Rivera ¿Juras ante dios obediencia a su Majestad Alfonso IX de León?-, sonríe al decirlo mirándome con desprecio.
-¡Juro!-, digo en voz alta con la poca dignidad que me queda y a sabiendas de que si no lo hago nunca podre vengar la muerte de mi padre.
El general Traidor continúa.
-Por ser hijo y primogénito de quien eras, además del destierro te unirás a la orden Templaria como caballero, el voto de celibato no te permitirá traer al mundo más descendientes de la que fue tu casa y viajaras a Inglaterra en galeras como compensación y pago por los crímenes de tu padre, además te quedara prohibida la entrada en el reino durante toda tu vida, si incumples esto serás ajusticiado de inmediato, sin ningún juicio previo-, al decir esto solo le falta escupirme a la cara.
Todos se retiran, a mi me llevan de nuevo a mi mazmorra, de la que solo saldré unos días después en dirección a mi tortura particular. El viaje en galeras no es fácil, los latigazos, el agotamiento y el frio hacen que empiece a pensar que habría sido mejor el verdugo. Cuando llegamos a puerto me separan de mis antiguos compañeros, me llevan al campamento templario y allí soy despojado de toda mi ropa, vestido como todos los demás, cota de mallas, peto blanco con la cruz roja en el pecho, botas de cuero marrón y la famosa capa blanca con la misma cruz en la espalda y los hombros.
 
En un tiempo quise ingresar por propia voluntad en la orden, pero fue mi padre quien me lo impidió ya que nunca le habían caído demasiado bien los templarios, que los votos me impedirían tomar esposa y tener hijos, entre otras muchas cosas, por lo que la idea de quedarse sin descendencia hizo que mi padre ordenara forzar hasta el límite mi entrenamiento, fue durísimo y consiguió que la idea se esfumara de mi cabeza. Al ser hijo de alta cuna pase directamente a ser capitán, lo cual me permitía ciertos lujos como tener mi propio caballo, un escudero a mi cargo y una tienda de campaña individual. Además en cuanto vieron mi manejo de la espada y el arco se dieron cuenta de que podrían sacar más de mí de lo que el Rey Alfonso se había imaginado en un principio.
El tiempo que duro el viaje fue horrible, cuando llegamos a la ciudad costera de Acre en Tierra Santa, una cuarta parte de los que salimos de Inglaterra habían muerto por el camino, pero al llegar todo cambio. El Rey Ricardo ya había tomado la ciudad, los preparativos para el asalto a Jerusalén habían comenzado, a sabiendas de que el camino no sería fácil y que muchos de los que estábamos allí no volveríamos vivos a Europa jamás.
Durante una reunión con los mandos de la tropa la conocí. Ella era alta, rubia, tenía una figura magnifica y buenos modales. Serbia vino en las copas de los altos mandos, cuando nuestras miradas se cruzaron sentí que un ángel me miraba, con unos enormes ojos azules, piel blanca como la espuma del mar y una sonrisa dulce. Al ver como la miraba se ruborizo, yo aparte la vista de inmediato.
Días más tarde los franceses comandados por el Rey Felipe y los germanos con Leopoldo V a la cabeza, se marchan de la ciudad tras discutir sobre como repartir el botín con Ricardo y quien debería ser el rey de Acre. Los alemanes no se van muy lejos pero ya no participaran en más batallas y los franceses en un acto considerado traición abandonan Tierra Santa. El rey Ricardo intenta negociar la liberación de los prisioneros musulmanes con Saladino, este se niega a pagar un rescate, por lo que Ricardo mata ante las puertas de la ciudad y a la vista del ejercito sarraceno a tres mil de los prisioneros, desde ese momento será llamado Ricardo Corazón de León.
Los preparativos para continuar hacia Jerusalén estan casi terminados, los generales nos llaman a una gran reunión en la que nos explican los detalles de la ofensiva. Es durante esa misma reunión cuando la veo de nuevo, yo en esa época ya había sido ascendido a comandante, tenía voz y voto en todas las decisiones, aunque como es normal la última palabra era siempre del Rey.
La veía observarme mientras discutíamos detalles de la batalla, cada vez que nuestras miradas chocaban ella me sonreía a lo cual yo contestaba con otra sonrisa. Llenaba  las copas de los presente girando alrededor de la mesa con una jarra de vino en la mano, cuando llegó a mi altura se apoyo sobre mi hombro estirando su precioso cuerpo pon encima de mi cara, dejando que sus grandes pechos rozaran mi cabeza al hacerlo. Como nunca en mi vida había pensado en ser célibe, yo ya había estado antes de mi condena con otras mujeres, sabia lo dulce que es hacerlas el amor, lo apasionadas que son cuando estan disfrutando y lo tremendamente manipuladoras que pueden llegar a ser con hombres que solo piensen en sexo.
Pero el juego que ella tenía conmigo no venía a cuento, mis votos me prohibían yacer con mujer alguna, eso lo sabía ella seguro, ¿Por qué entonces continuaba tentándome?, a sabiendas que si me pillaban con ella seria castrado y expulsado de la orden. Creo que la respuesta estaba en mis ojos, llenos de deseo, de pasión, cada vez que ella veía como la miraba estoy seguro que sabía lo mucho que la deseaba, eso es lo que la provocaba, haciendo que jugara de esa manera con mi hombría.
Después de la reunión todo estaba muy claro, atacaríamos la ciudad musulmana de Jaffa. La batalla fue muy dura pero como hasta entonces, las huestes de Ricardo conquistamos la ciudad, montamos en ella el cuartel general de nuestros ejércitos ya que a poca distancia estaba Jerusalén y teníamos abierto el camino para los suministros en caso de atacar la ciudad Santa. Tuve que ir a que los Caballeros Hospitalarios me curasen una fea herida en el brazo izquierdo, la cual no me impedía manejar la espada con la diestra pero corría el peligro de infectarse. Los vendajes se ensuciaron rápidamente, en la reunión del día siguiente la mujer a la que deseaba desde hacía ya semanas se fijó en ello y se ofreció a cambiármelos.
 
Ya en mi tienda me ayudo a quitarme el peto, retiro los vendajes y curo mis heridas, mientras pasaba sus delicadas manos por mi espalda y pecho, yo sentía en mi entrepierna una hinchazón que no me permitía pensar, así que empecé a hablar con ella.
-Después de tanto tiempo viéndote por el campamento aún no se tu nombre-, la dije para intentar empezar una conversación.
-Me llamo Carla-, me contesto mientras seguía curando mis heridas.
-Carla, yo soy José, es la primera vez que oigo ese nombre y tu acento es muy extraño para mí ¿De dónde eres?-, pregunte.
Mi nombre viene de Alemania, de allí procedo, vine con las tropas de Leopoldo V pero cuando ellos decidieron marcharse yo preferí quedarme cerca de ti, ya te había visto por el campamento en Acre y pensé que podía servirte de ayuda-, me decía mientras masajeaba mi dolorida espalda.
-¿Ayudarme en qué?-, dije sorprendido.
-He visto en tus ojos el deseo, sé que no eres como los demás, que en tu país eres un proscrito y que en un principio solo estabas aquí por los delitos de tu padre, aunque ahora pienso que en el fondo esto te gusta-, me decía casi al oído en susurros haciendo que mi excitación fuera a más.
No podía creer lo que me estaba pasando, aparte a Carla de mi lado, la eche de mi tienda, me cubrí con los ropajes que había allí tirados e intente descansar un poco esa noche, lo cual me fue imposible al no quitármela de la cabeza. Cada vez que cerraba los ojos la veía ante mi completamente desnuda, moviéndose de manera sensual, acariciando las muchas cicatrices que cubrían mi cuerpo; al despertar de esos sueños estaba cubierto de sudor, la erección era tan potente que me producía incluso dolor. A media noche salí de la tienda, cogí el cubo de agua que tenía para que bebiera mi caballo y me lo vacié por encima de la cabeza, estaba helada, en el desierto durante el día el calor es insoportable, pero por la noche hace un frio terrible; volví a acostarme y conseguí dormir unas horas antes de despertarme con el ruido de nuestro ejecito ya en movimiento.
El viaje fue agotador, las fuerzas empezaban a flaquear y los víveres también. El cuarto día de marcha nos dividimos tras recibir noticias de la avanzadilla de donde se encontraba el ejército de Saladino, Ricardo siguió adelante en dirección a los sarracenos, los caballeros Hospitalarios se colocaron a la derecha de estos y nosotros los Templarios a la izquierda. Al amanecer del sexto día los musulmanes atacaron la posición de Ricardo Corazón de León directamente, creían que con la superioridad que tenían podrían vencer con facilidad a los cristianos y en un principio lo consiguieron ya que los dos ejércitos que les flanqueamos tardamos demasiado en llegar.
 La destrucción fue total, el campo de batalla se llena de cadáveres tanto de moros como de cristianos, a mí me derriban del caballo y durante cerca de una hora lucho a pie con un mandoble que apunto estoy de perder en varias ocasiones por el agotamiento. Los musulmanes se retiran, somos los vencedores, pero con un ejército diezmado, sin posibilidad de seguir atacando, con miedo a que Saladino ordene regresar a los suyos contra nosotros, ese sería el fin de la cruzada. La batalla de Arsuf ha terminado.
 
Ricardo lo sabe, ordena volver a Jaffa a todo el ejército, unos días después somos atacados y expulsados de la ciudad, en el posterior contraataque la recuperamos pero nadie se fía de nadie, cada vez somos menos y Saladino a conseguido cortar los suministros. El rey me hace llamar a sus aposentos, me asciende a general ya que muchos de los que tenia han fallecido, me da una habitación dentro del palacio morisco, tras una reunión entre dos enviados de ambos ejércitos se decide negociar una tregua para poder tratar ciertas condiciones con Saladino. Esa noche vuelvo a ver a Carla, no lo hacía desde que la eche de mi tienda.
Cuando sirve mi copa me dice al oído.
-José necesito hablar contigo, creo que nos quedan pocos días de vida, si Saladino ataca nos pasara a todos a cuchillo como Ricardo hizo en Acre con los prisioneros-, esta distinta, de verdad parece que tenga miedo.
-Está bien Carla, cuando termine la reunión pásate por mi habitación y hablamos-, la digo yo también preocupado ya que tengo la misma certeza que ella sobre lo que va a pasar.
-Voy ahora mismo, pediré a los criados que te preparen un baño caliente y así nadie sospechara de una copera dentro de las habitaciones de todo un general templario-, al decir esto me sonríe y deja que sus senos rocen de nuevo mi cabeza tal y como hizo uno de los primeros días.
Cuando termina la reunión me dirijo a mis aposentos, son muy simples ya que los musulmanes destruyeron todo el mobiliario antes de que llegáramos los cristianos, pero la habitación es fantástica, el techo es un artesonado de maderas y escayolas completamente talladas con las típicas filigranas de los árabes, columnas de mármol, arcos de herradura en puertas y ventanas, cubiertos con miles de pequeños baldosines de colores, las vistas de la ciudad desde mi ventana son preciosas, desde aquí se ven los ocho minaretes donde el Muecín llamaba cinco veces diarias al rezo, también se ve gran parte de la muralla. Más allá todo es desierto, arena y dunas hasta donde alcanza la vista.
En mi cuarto hay una pequeña piscina que Carla se ha encargado de mandar llenar con agua limpia y aceites, el aroma que estos desprende inunda mis sentidos cansado ya del olor a caballos, sangre y muerte. No la veo por ninguna parte, me desnudo por completo, entro en el agua, enseguida siento el alivio en todos mis músculos doloridos.
 
De una esquina escondida sale la belleza germánica que me desvela en sueños, una simple gasa semitransparente la cubre de los hombros a los pies, debajo de ella no lleva nada, al interponerse entre mi posición y las velas que iluminan el cuarto veo su silueta perfectamente dibujada, siento como el miembro viril comienza a retorcerse debajo del agua. Carla se acerca a mí, sin dejar de mirarme a los ojos, sin decir palabra va introduciéndose en la bañera conmigo, sin quitarse las sedas, que con la humedad se la pegan a la piel haciendo que la areola de sus pezones aparezca ante mí como si estuviera completamente desnuda.
 
Carla coge un tarro de aceites, lo vierte sobre mi pecho y comienza un masaje por todo mi cuerpo, ninguno hablamos no hace falta, se cómo va a terminar esto, la verdad me da lo mismo morir en manos de mis hermanos cristianos, que en las de los moros que están tan cerca de la ciudad. Sus manos son suaves, pasa las yemas de los dedos por cada una de las cicatrices que cubren mi cuerpo, a estas alturas de la guerra ya son muchísimas, siento escalofríos, mete una mano dentro del agua, me agarra con fuerza del miembro y comienza a besarme en la boca por primera vez, después de tanto tiempo lo deseaba con locura. Los dos nos fundimos en un gran abrazo, nuestros cuerpos se hacen uno y el roce de mi erección contra su pubis es todo un placer, muerdo su cuello como si fuera el ultimo alimento que quedara sobre la faz de la tierra, de su boca salen gemidos de placer y alguno que otro de dolor, Carla no me ha soltado aun, me la aprieta con tanta fuerza que siento los latidos de mi corazón en ella.
 
Me hace girar comenzando a lamer mi espalda húmeda, masturbándome sin descanso, hace tanto tiempo que no estoy con una mujer que no tardo en eyacular dentro de la bañera, pero a ella la da igual, continua hasta que mi erección casi ha desaparecido, me hace salir de la bañera y me lleva al gran jergón de paja en el que he dormido los últimos días. Me tumba boca arriba,  besa mi boca como nunca nadie lo había hecho antes, su lengua juega con la mía, me pide que este quieto, que la deje hacer a ella, yo acepto.
Carla monta sobre mis caderas como yo lo suelo hacer sobre mi caballo, los movimientos de su cuerpo hacen que enseguida sienta una nueva erección, coloca su espalda completamente en perpendicular a mi cuerpo, me agarra de las manos llevándolas a sus grandes pechos, haciendo que los apriete con fuerza, dirigiéndome ella, vuelve a tumbarse sobre mi acercando los tremendos pezones a mi boca, cambiando ella misma de un pecho a otro. Yo no puedo dejar de lamerlos, es sin duda lo más sabroso que he comido desde que salí de la península. Los aprieto y los junto con ambas manos no puedo parar de comérmelos.
 
Mientras Carla vuelve a frotar su sexo contra el mío, siento como se la acelera la respiración, como se la humedece la vagina, como sus labios mayores se abren esperando ser penetrados, pero no me deja hacerlo. Poco a poco baja hacia el miembro ya de nuevo en plena forma, pasando los labios y la lengua por todo mi torso, al llegar a mi entrepierna se detiene y me dice.
-Creo que esto te va a gustar, se lo vi hacer a un soldado francés con una de sus coperas-, dicho esto se la introduce por completo en la boca.
La sensación es increíble, el roce de sus labios con mi glande hace que mil escalofríos me recorran el cuerpo, cada vez que la introduce hasta su garganta siento que voy a estallar de nuevo, consigo controlar mis impulsos y no lo hago, pero no se cuanto podre aguantar, cuando ella se da cuenta para inmediatamente, se tumba a mi lado y me dice.
-Ahora te toca a ti hacermelo a mí, eso también se lo vi hacer a la copera al soldado francés-, me sonríe sujeta mi cuello y hace que acerque la boca a su sexo.
Como no se qué hacer empiezo besándoselo, sintiendo en mi boca el calor y la humedad que desprende, llenado mis fosas nasales con el aroma que desprende. Estudio la zona con la lengua descubriendo que en punto la hago estremecer, dándome cuenta que al hacer círculos con ella sobre ese punto Carla jadea e intenta ahogar en su garganta gritos de placer. Introduzco la lengua en su sexo, saboreo la intimidad de la mujer que ha conseguido que profane mi voto de castidad, de lo que no me arrepiento en ningún momento, la deseo desde el primer día que la vi, ha conseguido que antes de tenerla en mi cama me enamore de ella, que no deje de pensar en ella ni un segundo, que se aparezca en mis sueños cada noche. No solo la deseaba, sino que tenía sentimientos muy profundos por ella, cosa que hasta la fecha jamás había sentido por otra mujer.
Mientras mi lengua juega en su interior Carla con dos dedos se acaricia justo en el mismo punto donde yo jugaba antes, sus gemidos se aceleran, mueve las caderas de arriba abajo para que yo pueda lamerla con más fuerza, hasta que no puede soportarlo, el orgasmo es salvaje ya no ahoga los gritos al contrario, deja que su cuerpo disfrute sin ningún miramiento, me hace girar y quedar tumbado boca arriba, de un salto me monta, esta vez haciendo que mi miembro entre completamente en ella.
 
Se mueve muy despacio, yo la agarro con fuerza por las voluptuosas caderas intentando marcar un ritmo rápido.
-Tranquilo mi amor, déjame a mí, los dos disfrutaremos más tiempo-, dice poniéndome una mano en el pecho.
Sus movimientos son muy lentos sacándola casi por completo e introduciéndola de nuevo muy suavemente. Carla tenía razón es muy placentero y estoy disfrutando muchísimo. Ella no tarda en tener un nuevo orgasmo aun más fuerte que el anterior, no dudo de que cualquiera que esté cerca de mi dormitorio en el palacio la está escuchando chillar. Se la clava de nuevo hasta el fondo pero esta vez solo mueve las caderas haciendo ligeros círculos, coge mis manos, las lleva otra vez hacia sus pechos haciendo que los masajee, son magníficos, firmes, duros y enormes.
Sigue así hasta tener otro orgasmo, necesito ser yo ahora el que derrame en su interior mi semilla. Carla se da cuenta, se coloca a cuatro patas a mi lado y me dice.
-General, creo que ya sabes lo que tienes que hacer-, sonríe y se da un pequeño azote en las nalgas.
 
Me pongo detrás de ella, penetro en su cuerpo con todas mis fuerzas,  grita de nuevo, la envisto con todas mis ganas dándola un cachete en los glúteos cada vez en lo hago. Aumento el ritmo de manera progresiva, ella mira hacia atrás apoya la cabeza en el catre, con las manos se abre los glúteos para que pueda penetrar aun mas dentro. Verla y sentirla así, hace que quiera terminar ya y a la vez que esto dure toda la vida, pero no puedo aguantarme, descargo dentro de ella de manera frenética, con espasmos e incluso calambres en las piernas, en el momento preciso que Carla tiene su último orgasmo.
 
Pasamos toda la noche juntos, repitiendo la experiencia un par de veces más, abrazándonos en los tiempos intermedios, besándonos, acariciando nuestra piel, sintiendo el calor del otro, charlando, conociéndonos mejor ya que hasta ese momento no habíamos tenido la intimidad necesaria. La quiero y sé que ella a mi también.
 
Unos golpes en la puerta me sacan del sueño en el que me encuentro al lado de Carla.
-General, el Rey requiere su presencia de inmediato en el salón principal-, grita alguien desde el pasillo.
Me levanto de la cama, le pido a Carla que se oculte, con una sabana cubro mi desnudez y abro la puerta.
-¿Se puede saber qué ocurre?-, digo a mi sargento que está firme en la puerta.
-Señor ha llegado un mensajero de los moros, no se mas, pero me da la sensación que tendremos batalla-, dice el sargento que en el fondo es un crio asustado.
-Está bien, iré de inmediato-, contesto.
Carla me ayuda a ponerme la cota de mayas, el peto y las botas; coloco la capa Templaria sobre mis hombros, ella se dispone a anudarla momento que aprovecha para darme un último beso y decirme que me quiere, yo la contesto con un simple “Y yo a ti mi amor”. Salgo a toda prisa del dormitorio, mi sargento aun esta en el pasillo esperándome, cuando llegamos al salón principal está abarrotado, creo que todos los mandos están allí de pie, cuchicheando sin saber muy bien que sucede. El mensajero se encuentra frente al trono de rodillas, se le nota inquieto, no tiene que ser muy agradable estar allí rodeado de un montón de cristianos que están deseando ensartarle con la espada.
Ricardo Corazón de León entra en la sala, se sienta en el trono que la preside, con un gesto hace que el general más veterano se acerque al sarraceno. Este coge un papel lacrado de sus manos, rompe el sello de Saladino y comienza a leer. Cuando termina durante unos segundos se hace el silencio absoluto en el salón, el Rey se levanta del trono, le pide al general que le acerque el papel, un escribano se apresura a darle una pluma, ante el asombro de todos el Rey firma, se vierte un poco de lacre junto a su rúbrica y Ricardo coloca su anillo encima, dejando así sellado el acuerdo con los musulmanes.
-Que comiencen de inmediato los preparativos para la vuelta a casa-, es lo único que dice el Rey.
La sala estalla en gritos de alegría, la guerra ha sido muy larga y aunque habríamos dado la vida por recuperar Jerusalén el acuerdo es satisfactorio para ambos bandos. La Ciudad Santa seguirá en manos de los infieles, pero los peregrinos cristianos que lo deseen tendrán las puertas abiertas siempre, la guerra se ha terminado.
Salgo a toda prisa hacia mis aposentos, allí encuentro a Carla, la cuento lo sucedido, se abraza a mí, llora desconsolada por la emoción, de momento ninguno de los dos va a morir.
Los preparativos son muy rápidos, todo el mundo tiene prisa por regresar a casa. Es en esos momentos cuando yo me doy cuenta de que ya no tengo casa, la tristeza se apodera de mí, a pesar de que mi corazón sonríe por tener a mi amada cerca en todo momento.
La última noche de Ricardo en Tierra Santa, Carla y yo hablamos. Decidimos ir a Jerusalén como peregrinos, allí pediré perdón por todo ante el sepulcro de Nuestro Señor, colgare mis ropajes de caballero, volveremos juntos a Acre lugar donde comenzaremos una vida en pareja intentando ser todo lo felices que nos merecemos.

 

                                                                                                          J.M. LOPEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

6 comentarios:

  1. bueno que decirte muy buena un fallo algunas fotos demasiado modernas para esa epoca por lo demas chapo

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    1. Gracias por leerme y muy amable por el comentario.
      Lo de las fotos es casi un imposible, por más que he buscado no he encontrado de esa época.

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  2. Has dado en todos mis puntos: La Edad Media, los templarios, Saladino (un gran estratega, honorable sin duda) y la pasión que desborda.
    ¿Qué más puedo decirte?
    Impecable.
    Besos de Pecado.

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    1. Veo que nos gustan los mismos temas jajaja.
      Mil gracias. Besos de pecado.

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  3. Fabuloso!! Me quedé con ganas de más, se me hizo corto.
    Muy bien relatado, documentado y la personalidad de Carla y Jose , aprendiendo y saboreando el deseo de ser uno ; especial!!.
    Enhorabuena!!!! Eres un crack.
    Besis

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  4. Habrá mas, no se si con esta temática aunque la verdad es que podría haber escrito un libro sobre esta época de la historia.
    Todos tenemos algún momento en el que tenemos que probar cosas nuevas y experimentar.
    Gracias besis.

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