miércoles, 12 de noviembre de 2014

REDESCUBRIENDO EL AMOR

Hacia unos días que mi esposa había enfermado, al igual que gran parte de los habitantes de la ciudad; en el año 1340 no tenemos ni médicos, ni hospitales para tratar de curar a tanta gente infectada. Hamburgo esta casi desierta, solo los cadáveres de los fallecidos por las fiebres llenan las calles, nadie se atreve a tocarlos. Nosotros tras ver en mi mujer los primeros síntomas, decidimos huir de la ciudad durante la noche para no ser vistos por nadie.

 

Ya hacia años que se oían rumores de una enfermedad que aniquilaba a los habitantes de las ciudades, pueblos y aldeas donde aparecía, el nombre de esta enfermedad lo decía todo “Muerte Negra”. Unos creen que la epidemia vino de Asia, otros que es un castigo divino y en esta zona de Europa lo que mas se comenta es que los Judíos han envenenado los pozos y los ríos para matar a todos los que no comulgan con su religión; no es que conozca a muchos de ellos, pero los pocos que yo conocía también han fallecido, con lo cual me parece muy extraño que esta ultima hipótesis sea real.
Venga de donde venga y sea lo que sea lo que la provoca, sabemos que hay sitios donde se ha curado la gente y allí es a donde nos dirigimos. Hace mucho tiempo ya viaje a Brujas con mi viejo maestro para trabajar en la construcción de una catedral, por lo que conozco bien el camino, es muy duro y peligroso pero también es la única manera que se me ocurre para salvar a mi esposa.
Nos conocimos con catorce años, a los dieciséis ya estábamos casados, dos años mas tarde nació nuestro primer hijo, el pobre cogió unas fiebres ese mismo año y falleció. En el segundo parto pensé que perdería a mi mujer, después de diez horas dando de parto estaba tan débil y había perdido tanta sangre que tardo casi un mes en recuperarse. A pesar de todos los problemas que tuvimos la niña nació bien y creció muy sana, su infancia fue muy feliz. A los quince años se caso con el hijo de un granjero amigo de la familia; después del matrimonio de marcharon a Inglaterra, para descubrir nuevas formas de trabajar el campo y allí formaron su propia familia. No la hemos vuelto a ver y aun así por las cartas que recibimos sabemos que es feliz y que todo les va muy bien. Si Ingrid se recupera de esto cruzaremos el mar y nos quedaremos a vivir cerca de ella.
He cargado el carro con las pocas cosas que tenemos, el caballo que tira de el es joven por lo que no tiene problemas para llevar tanto peso y a mi esposa. Ingrid va acostada sobre unas mantas, cubierta de pieles para estar más cómoda, no deja que la cuide para no contagiarme, eso me parte el corazón siempre la he amado y en estas circunstancias la amo aun mas.
El segundo día de viaje nos encontramos con una caravana, formada por tres carros y dos familias completas que huyen de Colonia, otra ciudad donde apenas quedan vivos y los pocos que hay ya están empezando a enfermar. No le digo a nadie que Ingrid tiene la peste, nos repudiarían enseguida e incluso nos matarían para después quemar nuestros cadáveres, cosa que ya ha pasado con otros enfermos. Solo una joven novicia se da cuenta de que algo extraño pasa en nuestro carro, tengo la sensación de que ella tampoco se lo contara a nadie. Cuida de mi esposa a pesar de que esta no se lo permitía al principio, ahora esta tan débil que no tiene ni siquiera fuerzas para levantarse a comer o cenar, menos aun para negar algo de asistencia.
Por las ciudades que pasamos no nos dejan entrar, nadie sabe a ciencia cierta si llevamos a alguien enfermo, pero mas vale prevenir que curar y aun muriéndose en el interior de las murallas no quieren que nadie entre del exterior, por si los extraños viajeros estuvieran  aun peor de lo que ellos tienen en la ciudad.


Ingrid empeora día a día, su cuerpo se ha transformado en un montón de huesos que se mantienen unidos a duras penas por girones de piel seca. Ya apenas me reconoce y confunde a su cuidadora con nuestra hija Silvia, llega a tener tanta fiebre que su menudo cuerpo convulsiona frecuentemente. En nuestro afán de atenderla hacemos demasiadas paradas, por lo que nos vamos quedando atrás del resto de la caravana. Una semana después de la partida desde Hamburgo, decido acampar y esperar a que llegue su final; mi corazón se parte en mil pedazos pero el estado de los caminos la estaba destrozando aun más que la propia peste. Bajo un enorme roble, sobre una preciosa colina completamente verde, a medio camino de nuestro destino, monto una pequeña tienda de campaña en la que como podemos la novicia y yo hacemos que su ultima noche sea lo mas tranquila posible. La fiebre la hace delirar y decir palabras que no tienen ningún sentido. Antes de morir cuando estamos a solas me dice:
-José amor mío, se lo mucho que estas sufriendo, pero aun eres joven, necesitaras una esposa, he visto como te mira María, la novicia, se que te admira y creo que se esta enamorando del gran hombre que eres. No permitas que haga sus votos quedando como monja de clausura, y por favor no me olvides nunca-, esas son sus ultimas palabras en lo que parecía un minuto de lucidez justo antes de espirar.
Al la mañana siguiente María y yo recogemos leña, preparamos una pequeña pira y quemamos el cadáver sin vida de mi esposa junto con todas las pertenencias que llevábamos en el carro con las que ella ha tenido algún contacto. Prácticamente con lo puesto partimos de nuevo ahora ya con una idea en la cabeza, intentar cruzar el mar y llegar a Inglaterra donde nos encontraremos con mi hija y su familia. En lugar de ir hacia Brujas nos dirigimos a Boulogne, una población portuaria francesa donde cogeremos la primera nave que nos saque de este infierno. Otra de las cosa que decidimos es no pasar por ninguna población para no tener contacto con nadie contagiado, solo hacemos una excepción para comprar víveres y algo de ropa ya que toda la que teníamos la quemamos en la pira de Ingrid.
Apenas hablamos durante los dos primeros días del viaje, María es muy callada, yo no dejo de pensar en el sufrimiento de mi difunta esposa, de lo mucho que nos hemos amado y sobre todo del significado de sus últimas palabras. Entiendo lo de que aun soy joven para quedarme solo en la vida, pero lo que me dijo de María no lo comprendo, una chica que se quiere meter a monja y dedicar su vida a dios, como va a pensar en un hombre de esa manera y mucho menos en casarse con el.
El viaje continuo, poco a poco María pierde su timidez, habla conmigo, me ayuda con el caballo y se encarga de preparar la comida a diario. Después de la cena charlamos de manera animada hasta que el sueño nos vence, es en esas conversaciones cuando descubro muchas cosas de ella, una es su nombre real, Carla, que viene de España, que estaba en Hamburgo porque su padre era miembro de la guardia de un gran conde, que es la pequeña de siete hermanos; de hay lo de hacerse novicia, al ser la menor prácticamente no tiene derecho a herencia alguna y aun siendo tan hermosa como es ningún joven la cortejaría para después pedirla en matrimonio. Su única opción era la del convento. Aunque no la gustara la idea seria una vida tranquila y llena de otro tipo de oportunidades para una mujer joven, como aprender el arte de la curación, por eso ayudo tanto, sin pedir nada a cambio los últimos días de Ingrid.
El tiempo empeora día a día, al frio que ya teníamos se han unido fuertes vientos del noroeste con una lluvia fina y constante que nos hiela hasta el alma. El sentido común dice que paremos, que nos refugiemos en cualquier sitio, tentado estoy de hacerlo en varias ocasiones, pero es más fuerte el miedo al contagio que la voz de mi conciencia que me grita todas las noches que moriremos de frio si continuamos así.
 Con mucho esfuerzo aguantamos en el camino hasta que en mitad de la nada encontramos un viejo refugio de pastores medio abandonado. Es en ese momento cuando decidimos tomarnos un descanso ya merecido. No es muy grande, consta de una pequeña cocina con chimenea que además sirve para calentar las dos estancias que allí se encuentran. Una de ellas se la dejo a Carla, para que tenga su intimidad, en la otra dormiremos el caballo y yo. Esa noche el milagro se aparece ante nosotros, si no hubiéramos parado y hecho un buen fuego habríamos muerto en cualquier prado. Durante la madrugada cae tal nevada que prácticamente quedamos sepultados en la pequeña choza, es tal la cantidad de nieve que hay fuera que no me permite abrir la puerta para salir, así que tendremos que quedarnos aquí hasta que la nieve despeje el camino para poder continuar.
Tenemos suerte ya que hacía solo un par de días que llenamos las alforjas de víveres, deshacemos nieve para tener agua, hay alfalfa suficiente para que el maltrecho caballo pueda comer varios días. Además el vino que me quedaba nos ayuda por la noche a olvidar los problemas. Es en una de esas noches cuando, sin ninguna intención, Carla se sienta frente a mí en la hoguera, tras varios tragos largos del vino malo que tenemos, ella se abre un poco de piernas, recoje sus faldas por encima de la rodilla, sin dejar que se vea nada, solo la parte baja de sus piernas blancas de piel fina. Es la primera vez que me fijo en ella como una mujer.

Al agacharse para coger el pellejo de vino, sus preciosos pechos asoman ligeramente por el escote de la camisa. La primera vez aparto la mirada ruborizado, pero después busco en cada movimiento que ella hace poder disfrutar de la visión que tanto me atrae. Entre historias y risas vamos apurando nuestras jarras, Carla cada vez más colorada se muestra más abierta, menos puritana que en días anteriores, tengo la sensación de que este es su verdadero ser, no la chica tímida y callada que parecía al principio. Verla en ese estado de felicidad, pudiendo apreciar partes de su cuerpo en las que ni siquiera me había fijado hasta ahora, hace que me sienta excitado y deseoso de tomarla entre mis brazos. En ningún momento llegamos a estar ebrios, simplemente la situación, el calor de la hoguera y las sensaciones de nuestros cuerpos hacen que se caldee el ambiente.
Carla se da cuenta de mis miradas lascivas, no solo no se recata, sino que se pone un poco más juguetona, abanicándose la cara con los bajos de la falda, haciendo que pueda ver parte de sus muslos; ahora no se agacha para coger el vino ya que hace rato que no bebe, sino que juega con un palito entre las brasas mirándome a los ojos y haciendo con sus movimientos que pueda ver gran parte de sus senos, incluso creo adivinar en ciertos momentos ver sus oscuras areolas entre las sombras de los ropajes.
No sé qué sentirá ella pero mi excitación es máxima, hasta tal punto que una locura pasa por mi cabeza, rápidamente lo borro de mi mente al recordar que no hace ni seis días que murió mi esposa.
-Venga, vete a dormir a tu camastro, si mañana amanece con mejor tiempo intentaremos continuar con el viaje-, le digo con la voz entrecortada por el deseo.
Ella me mira con rabia, veo en sus ojos reflejadas las llamas de la hoguera y parecen llamas de pasión.
-Quedémonos otro rato José, ahora que se está aquí tan a gusto no querrás que me meta ahí dentro a pasar frio. Ven a dormir conmigo y así nos daremos calor mutuo-, dice sonriendo de forma lasciva.
La tentación es grandísima y mi deseo completo; apunto estoy de abrazarla, besarla y follarmela allí mismo, pero mi mente fría consigue contener el cuerpo y decirla:
-Vamos, el vino te ha afectado demasiado, durmamos, que mañana será otro día-, sus ojos ahora estan llenos de ira.
Se pone en pie como una exhalación, del susto yo hago lo mismo, viene directa hacia mí, me abraza y me besa como nunca nadie lo había hecho antes. Extiendo los brazos para hacer lo mismo que ella pero en el último momento me contengo y la aparto de mí.
-No es el momento Carla, la muerte de Ingrid es aún muy reciente y dolorosa, te he pedido que te vayas a acostar, ahora te lo ordeno-, digo en un tono duro y agresivo que la saca de su fantasía.
-Algún día te arrepentirás de esto y aunque respeto el luto por tu esposa muerta no creo que debas llevarlo tan a rajatabla como para no querer estar conmigo-, su voz antes dulce y melódica ahora es áspera e hiriente.
Se da la media vuelta, coge una vela, la enciende en el fuego, entra en la pequeña habitación y cierra la puerta de un gran golpe, que hace que el caballo este punto de salir espantado.
Yo me tumbo sobre la paja del suelo, estoy cabreado conmigo mismo, no puedo dejar de pensar en Carla, en los placeres que habríamos tenido juntos. Siento mi verga dura como una piedra bajo los calzones y no puedo resistirme; suelto la lazada que sujeta los pantalones, meto la mano derecha dentro de la ropa interior, miro al techo de la choza como si fuera el cielo y digo en voz baja “Lo siento Ingrid”. Me la agarro con todas mis fuerzas como queriendo castigarme por los pensamientos sucios que estoy teniendo esta noche, en vez de dolor siento más placer aun, noto como mi corazón bombea sangre con fuerza haciendo que el miembro este cada vez más duro. Me acaricio entre las sombras intentando no hacer ningún ruido que me delate, hace tanto tiempo que no tenía nada de sexo que no tardo nada en correrme dentro de los calzones.
 Me siento sucio, pero aun excitado, vierto un poco de agua tibia sobre mis manos y por todo el miembro manchado por el semen, lavándolo mi piel a la vez que mi alma. Me echo a dormir sin ningún éxito, doy vueltas de un lado a otro, en mi mente Carla, tan hermosa como la he visto esta noche, tan excitada como me ha parecido sentirla, tan ardiente como me gustaría que fuera.
Tengo algo de frio en la espalda, abro los ojos y veo como la hoguera se empieza a consumir, rápidamente me levanto coloco un par de troncos encima y echo abundante paja para avivarla de nuevo. Cuando las llamas renacen me siento cerca de ellas, caliento los restos del caldo de anoche y me los sirvo en la misma taza que bebí el vino hace ya muchas horas.
Entre el crepitar del fuego escucho un murmullo que rompe el silencio de la noche, es como un susurro que no estoy seguro de si viene de fuera o de dentro del refugio. Intento concentrarme en lo que oigo, no tardó en darme cuenta de que es una respiración entrecortada, que se acelera por momentos. Enseguida sé que viene del cuartito donde esta Carla. Intentando no hacer nada de ruido me acerco a la puerta que permanece cerrada a cal y canto, lo más escondido que puedo me asomo a las rendijas que quedan entre los maderos viejos que forman la puerta. Tardo unos segundos en conseguir enfocar y ver lo que pasa en el interior.
Carla esta de pies algo encorvada dándome la espalda, cubierta con una manta de piel gruesa, se ha soltado el pelo dejando caer una gran melena negra por la espalda. De su boca salen gemidos constantes, veo como su cuerpo convulsiona, escucho como la respiración se la entrecorta. Su sombra alargada contra la pared por la luz de la vela tan pronto es afilada como se dobla sobre sí misma, no sé qué hace pero no puedo dejar de mirarla. De repente se gira hacia la puerta, doy un respingo escondiéndome para que no me vea tras la pared de adobes, sigo escuchando sus jadeos y siento como mi miembro vuelve a estar en acción moviéndose inquieto entre mis ropajes.

La curiosidad me puede, vuelvo a mirar a hurtadillas por los huecos de la madera. Carla está aun de pie, pero ahora mira hacia la puerta, veo que está completamente desnuda solo cubierta por las pieles. Tiene una mano entre las piernas con la que acaricia de manera frenética su sexo, con la otra aprieta sus pequeños pechos y pellizca entre los dedos sus duros pezones. Mi erección crece por momentos, siento la necesidad de liberarla, de nuevo suelto las ataduras de mi pantalón que bajo junto al calzón hasta los tobillos, me la agarro con fuerza volviendo a masturbarme con sumo placer ante la visión que tengo delante.
Me da la sensación de que ella también me ve a través de la puerta y aun así no quiero parar, Carla introduce sus dedos en la vagina,  la respiración se le acelera al ritmo de su muñeca, se mete dos dedos de la otra mano en la boca lubricándolos con su propia saliva, rápidamente cambia de mano, intento ir al ritmo que veo tras la puerta, sé que no tardare en eyacular y también sé que quiero ver un orgasmo de ella. Sus gemidos se convierten pequeños gritos que trata de silenciar mordiéndose el labio inferior, ha llegado el momento, su cuerpo convulsiona en un estallido de placer, yo me dejo llevar eyaculando otra vez entre espasmos musculares, con un gran temblor de piernas por estar en posición vertical.

Me escondo otra vez tras la pared, no quiero seguir mirando por mucho que lo desee, voy hacia mi catre con los pantalones aun por los tobillos, cubro mi desnudez y me dejo caer sobre la paja cubierta por una manta. Al recobrar el ritmo de la respiración escucho desde el otro cuarto:
-Buenas noches cariño, espero que el espectáculo te haya gustado tanto como a mi hacerlo para ti-, su voz suena aun acelerada, no dice nada más.
Carla sopla la vela y la penumbra inunda su cuarto. Yo me voy a acostar pensando en lo que ha pasado, la deseo más que a nada en el mundo, quiero acostarme con ella, me ha vuelto loco. Doy por terminada la noche, intento dormirme, no tardo en caer rendido. Sueño toda la noche con ella, con su cuerpo, con poder rozar su piel; me despierto varias veces con el miembro completamente erecto, sudando bajo las pieles con las que me cubro.
Ya por la mañana, con los primeros rayos de sol, escucho como abre la puerta. No quiero ni moverme ni mirarla, así que me hago el dormido. La siento acercarse, meterse bajo mi manta y como abraza su cuerpo aun desnudo contra el mío.
-No te asustes José, no pretendo nada, simplemente estoy muerta de frio y se que con tu calor corporal podre descansar mejor-, me dice al oído sabiendo que estoy despierto pese a mi esfuerzo por que parezca lo contrario.
Pasamos varias horas así, yo no pego ojo pero por lo calmado de su respiración y por el calor corporal que desprende ahora creo que ella se ha quedado dormida. La sensación es muy agradable y sinceramente agradezco el contacto físico, el calor que me proporciona. Mi cuerpo experimenta sensaciones y sentimientos contradictorios, nunca olvidados por todo lo que pude vivir con Ingrid pero ahora más intensos. Los años de plaga en Hamburgo, la falta en ocasiones de productos básicos en la ciudad y sobre todo el alejamiento que mi anterior relación había experimentado, hacen que todo esto sea nuevo para mí. No quiero decir que no amase a mi esposa, al contrario nuestro amor será eterno, lo que quiero decir es que todo lo que me esta pasando por la cabeza y lo que deseo ahora mismo ya hacia años que no lo tenia con ella.
Cuando por fin Carla se despierta, me da un beso en la nuca, los buenos días mientras se va a su cuarto donde la escucho vestirse, al salir ya me he girado hacia ella, me doy cuenta de que no es una niña, es una mujer echa y derecha. De estatura un poco mas baja que yo, con curvas casi perfectas recorriendo todo su cuerpo, con la melena suelta como anoche, muy negra cayéndola sobre los hombros, sus pechos pequeños, tersos y suaves que apenas hace unos minutos se apretaban contra mi espalda dándome un grandísimo placer, tiene las piernas largas muy estilizadas.

Desayunamos un poco de pan rancio con el trozo de queso que nos queda. Intento abrir la puerta, cosa que logro tras un gran esfuerzo. Después de dos días encerrados y aislados por la nevada ya podemos seguir nuestro camino. Precisamente ahora que me gustaría seguir allí con esta mujer que tanto deseo. Cargamos el carro para ponernos en camino, mientras lo hacemos por unos segundos nuestras manos se rozan lo suficiente para que nos miremos a los ojos, hasta ese momento no había pasado, los dos nos ruborizamos, lo vivido anoche por ambos masturbándonos con tan solo la separación de una frágil puerta que ahora pienso que debería haber traspasado, es un poco fuerte para la mentalidad de ambos; el vino, el deseo y la situación hicieron el resto. Con ese roce de manos y la mirada que mantenemos sé que esto va a continuar, ahora estoy preparado para lo que tenga que venir con Carla.
A las pocas horas de partir creo que hemos cometido un error, no queda demasiada nieve pero los caminos estan completamente embarrados. Son muchas las ocasiones en las que tengo que empujar para ayudar al caballo a sacar las ruedas del lodazal. Es un día muy largo y duro en el que apenas hablamos, Carla sabe que estoy agotado, es ella quien prepara el pequeño campamento, el fuego y la cena. Mis músculos estan completamente agarrotados, no tengo fuerzas casi ni para comer el trozo de pan y carne seca que me da para que me reponga. Prepara también un lecho, solo uno, sobre unas rocas casi congeladas coloca algo de paja que nos aislaran del frio y la humedad, muy cerca de la hoguera pone las mantas y más pieles con cuidado de que no se prendan para que estén calientes  en el momento de acostarnos.
La sensación al taparnos con toda esa parafernalia es muy agradable, enseguida mi cuerpo se desentumece del frio. Carla me da un ligero masaje en las piernas y los brazos para relajarme de tanta tensión acumulada. Cuando termina me pide que me ponga boca abajo, coge un paño grueso que aún estaba muy cerca del fuego, lo coloca a lo largo de toda mi columna vertebral, haciendo que un gran suspiro se escape de mi boca al sentir el calor tan intenso, el alivio es casi inmediato de los dolores que tenía en toda la espalda.
No tardo en quedarme dormido profundamente, no sin antes sentir unos besos suaves en mi cabeza, mi nuca y por toda la espalda, pero estoy tan cansado que no puedo reaccionar, lo único que recuerdo es haber dicho ya casi entre sueños:
-Muchas gracias, te quiero- y escuchar por parte de ella, -Yo también te quiero, descansa mi vida-.
Al abrir los ojos por la mañana me doy cuenta de que estamos uno frente a otro, Carla aun duerme, nuestros cuerpos estan completamente pegados para compartir el poco calor que tenemos. A unos pocos centímetros de distancia de mis labios tengo su boca, aprieto con fuerza su cuerpo contra el mío en un abrazo muy esperado. Me da un poco de vergüenza la situación por lo que la doy un casto beso de amor en la frente. Abre los ojos sorprendida, responde a mi abrazo con otro aún más fuerte y a mi beso con uno en los labios que me pone la piel de gallina. 

Allí mismo, con el amanecer de testigo hacemos el amor. Todo muy suave, tomándonos nuestro tiempo, dejando que todo a nuestro alrededor se nuble como si fuéramos las dos únicas personas en el mundo. Repetimos las mismas caricias que nos hicimos en el refugio con una diferencia, ahora es ella quien me toca a mí y yo quien la toca a ella. Todo termina muy rápido, los dos lo deseábamos tanto que no aguantamos demasiado; por suerte casi terminamos juntos, con lo que nuestra primera experiencia íntima ha sido satisfactoria para todos. Además ha salido el sol que aunque no da mucho calor hace que el día se mucho más agradable, que no allá tanto barro en el camino y que podamos hablar muy animados todo el día. Parecemos dos jovencitos mirándonos sin parar, provocando que nuestros cuerpos se rocen al andar, sonriendo de manera estúpida para cualquiera que se pudiera cruzar con nosotros e incluso dándonos la mano en muchos tramos del camino.
Esa misma tarde, al subir una gran colina, divisamos a lo lejos el mar, una población bastante grande rodeada de campos que cultivo nos separan del destino de este viaje. En el puerto se ven muchas embarcaciones atracadas y otras más grandes ancladas en la bahía; no creo que tengamos demasiados problemas para embarcar en cualquiera que nos saque de esta tierra medio muerta. La felicidad inunda nuestros corazones, volvemos a preparar el campamento para pasar la que espero sea nuestra última noche antes de zarpar. Terminamos con las pocas provisiones que nos quedan, al igual que con el ultimo pellejo de vino. Nos acostamos de nuevo juntos, esta vez hablamos mucho rato, nos besamos mientras permanecemos abrazados y no dejamos de hacer planes de futuro en el nuevo país que nos espera. Llegamos a hablar de matrimonio e hijos, ¿Las locuras del vino? o ¿Un sueño que ambos tenemos?
Volvemos a hacer el amor, esta vez somos más ardientes, más pasionales, más nosotros mismos. Aún estamos conociendo el cuerpo del otro, descubriendo las reacciones que tenemos cada uno, intentamos darnos el máximo placer y por lo que veo los dos lo estamos consiguiendo.

Al llegar a la ciudad por la mañana nos damos cuenta de que los peligros no han terminado. No dejan que nadie se acerque al puerto, todos los que `pueden hacerlo para embarcar son revisados a conciencia para ver si estan enfermos y así no contagien a las tripulaciones. Por mediación de un marinero conseguimos pasaje en uno de los barcos que zarpan al amanecer del día siguiente. Pasamos todo el día escondidos en una playa cercana, entre las rocas, a la espera de que un bote nos recoja en cuanto el sol se meta por el horizonte. La espera se hace muy larga y tensa ya que son varios los grupos de personas que pasan por la zona, gracias a Dios sin llegar a vernos. Uno de esos grupos son los guardias de la ciudad que vigilan que nadie desconocido se pueda colar en la misma.
Son ellos los que más cerca estan de descubrirnos, aproximadamente son unos ocho, van en grupos de dos formando una especie de hilera desde la costa hasta unos doscientos metros tierra dentro, mirando en cada recoveco, en cada posible escondite para detener a los intrusos e incluso matarlos si oponen resistencia, según nos contó el marinero por la mañana. Pasan tan cerca de nosotros que en un primer momento pensé que nos habían visto, nos quedamos inmóviles casi sin respirar hasta que tras un buen rato de haberlos perdido de vista me atrevo a sacar la cabeza del escondite y veo con alivio que se han alejado sin dar la voz de alerta.
Ya hace varias horas que ha anochecido cuando un pequeño farol se enciende a pocos metros de la playa en medio de la negrura del mar, es la señal pactada para que salgamos y montemos en el bote que nos espera. Aun con el miedo en el cuerpo subimos a bordo del barco, pagamos la mitad de lo acordado al capitán, nos guían a la bodega, a una habitación pequeña en la que un catre, una mesilla y una palangana para nuestras necesidades nos espera.
Cerramos la puerta y la trancamos con un madero desde dentro. Un suspiro de alivio se nos escapa a Carla y a mí al mismo tiempo, después un largo abrazo, al que sigue un tórrido beso de esos que despiertan a un muerto. Nos sentamos en la cama, durante horas esperamos a escuchar las ordenes que llegan desde la cubierta que nos indique que ya estamos en marcha y que todo el peligro a pasado. Las horas parece que no pasan, hasta que por fin se oyen los agudos sonidos del silbato del contramaestre indicando que la tripulación se ponga en marcha. El sonido de las cadenas izando el ancla es como música celestial para nuestros oídos y comenzar a sentir en nuestros cuerpos el balanceo provocado por el romper de las olas en movimiento contra la quilla es como si una madre meciera en sus brazos a su pequeño bebe, una sensación de paz nos invade a los dos. Llaman al a la puerta, otro marinero nos trae un par de platos de sopa tibia, un chusco de pan y una jarra de vino amargo.
Volvemos a trancar la puerta desde dentro ya que no nos fiamos de estos marineros. Las velas iluminan el interior de la habitación. Carla se pone de espaldas a mi, sujeto con fuerza su cintura mordiendo su delicado cuello, haciendo que un gran suspiro salga de su cuerpo, siento como un escalofrió la recorre de arriba abajo, como se la pone la piel de gallina. Deja caer la cabeza hacia atrás apoyándola en mi hombro, continuo besándola, subiendo hasta el lóbulo de su oreja donde muerdo de nuevo hasta sentir un poco de dolor en su gesto, en ese momento dejo de ejercer presión con los dientes y paso mi lengua por toda su oreja. Con ambas manos agarro sus pechos por encima de la ropa, son pequeños pero muy firmes, duros y agradecidos al roce como demuestran esos pezones tan tiesos.

Desabrocho la blusa que la viste, se la bajo hasta la cintura donde queda enganchada por la falda. Ella me ayuda sacando los brazos de las mangas, la piel de su espalda es tan blanca y suave como la del resto de su cuerpo, aprovecho para pasar la lengua por toda su columna vertebral, lo que hace que los suspiros se conviertan en un ligero ronroneo de placer. Ahora sujeto su pechos sin el impedimento de las ropas, pellizco los duros pezones con un poco de fuerza, para que la guste y la duela al mismo tiempo. Carla continua ronroneando pone el culo en pompa y lo aprieta contra mi miembro ya completamente erecto, hace giros con el sin parar frotándose con mi erección, el placer es absoluto.

Sin cambiar de posición me meto bajo su falda colocándome en cuclillas, aprieto con fuerza sus nalgas entre mis fuertes manos, ella abre un poco las piernas y yo pego un lametazo por toda su vulva empapada de deseo. Las piernas la tiemblan de placer y tiene que apoyarse sobre el catre con las manos para no caer al suelo. Echo la falda, que me asfixia, sobre su espalda encorvada, la visión que tengo ante mi es preciosa, me sale de dentro darla un buen azote en los glúteos blancos, lo hago en el derecho, no muy fuerte, ella me pide otro, así que el izquierdo recibe otro mas fuerte.
-Mas José, dame mas-, me dice girándose ligeramente para que pueda ver su cara de deseo.
Repito la operación varias veces, el culo pasa de ser como la nieve a tener un tono rojo intenso. Entierro mi lengua en su sexo, lamiéndolo con sumo placer, es cálido y algo salado, lo más sabroso que he probado en tantos días de viaje, hambre y calamidades. Introduzco la lengua en el haciendo pequeños giros con ella. Carla echa las manos hacia sus caderas, las coloca sobre las mías y las aprieta con fuerza abriéndose de par en par los glúteos para que pueda hacérselo mejor justo antes de tener el primer orgasmo.

-Sigue amor mío, sigue, cuanto placer-, dice con la voz entrecortada.
Se incorpora un poco, quitándome el caramelo de la boca, se da la vuelta y me abraza con todas sus fuerzas mientras me besa los labios intentando meterme la lengua en la boca. Dejo que lo haga, consiguiendo que nuestras lenguas se unan, se saboreen y jueguen la un a con la otra, mi excitación es máxima. Carla se deja caer sobre la pequeña cama, rápidamente suelta la lazada de mis pantalones, tira de ellos hacia abajo con tanta rabia que también baja mi calzón.

Se queda contemplando el miembro que tiene delante de los ojos, lo agarra con ambas manos apretándolo con mucha fuerza, siento cada latido de mi corazón apretando contra las venas que rodean el pene. Muy suavemente me empieza a masturbar, despacio sin prisa, sin dejar de apretar. Cada vez que el glande queda al descubierto lo besa, después le da un lametazo, se lo mete en la boca chupándolo, haciéndome cosquillas con la lengua. Repite la operación una y otra vez, jamás me habían hecho algo así y e de reconocer que es maravilloso. Por ultimo se la mete entera en la boca, acariciándola con la lengua, succionando de tal manera que hace que me estremezca, mete una mano por dentro de mi camisa para acariciarme el abdomen haciendo que todo mi cuerpo experimente sensaciones desconocidas.

Con la otra mano me ayuda a sacar las piernas de los pantalones y los calzones dejándolos tirados a un lado de la cama. Al ponerse de pie frente a mi hace que mi camisa salga, soltando el cordón que la ceñía a mi cuello, por la cabeza lanzándola también a un lado de la cama, en el suelo. Me aparta de su cuerpo y comienza a desnudarse con toda parsimonia. Intento agarrarla pero me detiene, no deja que la toque, no para de sonreír y mirarme con ojos de deseo. Cuando por fin se desnuda por completo la puedo observar unos momentos, esta preciosa y la luz de las velas crea en ella unas sombras que me enamoran aun más.

Carla se tumba hacia atrás, apoya un pie en mis caderas para que no me pueda acercar. Comienza a masturbarse para mí sin dejar de mirarme.
-La primera vez que me viste haciendo esto creo que te gusto, a ver ahora que te parece-, me dice con voz lasciva.
-Me gusto por que yo también me estaba tocando en ese momento-, la digo con una sonrisa en la cara.
-Pues ahora no quiero que lo hagas, solo mira como disfruto-, su voz es una orden para mis sentidos.

Comienza acariciando con delicadeza su clítoris con toda la lentitud que el deseo de otro orgasmo le permite. Se pellizca con fuerza los pezones, tirando de ellos hacia mí, soltándolos justo en el momento de máximo dolor. Se mete en la boca los dedos de la mano derecha, veo en destellos de luz provocados por el exceso de saliva, enseguida introduce dos de ellos en la vagina y de nuevo los jadeos y gemidos salen de su garganta. Con el pie que dejo antes apoyado en mi cadera acaricia ahora mi miembro de arriba abajo, aprieta ligeramente mis testículos sin llegarme a hacer daño. Va aumentando el ritmo de sus dedos sacándolos de vez en cuando para acariciarse el clítoris que ya esta hinchado como un garbanzo. En un momento dado coloca los dos pies sobre el catre, abre las piernas todo lo que puede y empieza a tener convulsiones en otro orgasmos provocado por ella misma.

No puedo más, me abalanzo sobre su cuerpo sujetándola por los tobillos, abro sus piernas lo máximo que dan mis brazos. De un solo empujón la penetro hasta el fondo, un ligero gesto de dolor cruza su rostro durante un segundo, el resto es todo placer. Mi miembro entra y sale de su cuerpo con un ritmo frenético, hasta que una mano en mi pecho me hace salir del éxtasis.
-No tengas prisa mi amor, quiero volver a tener un orgasmo contigo dentro-, me dice con voz calmada, como intentando parar todo mi ímpetu.

La hago caso, comienzo a ir mas despacio intentando concentrarme en su cuerpo en lugar de en mis ganas de eyacular. Parece que eso funciona rápidamente, Carla empieza a gemir con cada embestida de mis caderas, se coloca en una posición diferente sin dejar que salga de su cuerpo. Sigo a ritmo lento hasta que es ella la que me pide más.
-No pares mi amor, dame mas, dámelo todo-, ya no me susurra, lo grita a los cuatro vientos.
Es la señal que necesitaba para aumentar la velocidad, cuando noto que ella esta apunto pierdo la concentración y comienzo a llenarla de leche, en cuanto su sexo siente el cálido y viscoso liquido entrando en su interior ella también tiene un orgasmo, hasta el momento el mas intenso que nunca vi en una mujer.

Los dos caemos rendidos uno junto al otro, completamente desnudos mirándonos a los ojos, pasamos unos minutos inolvidables. El sueño va venciendo, los parpados se le caen mientras intenta mantener una conversación coherente sin conseguirlo. Nos abrazamos, la doy un beso de amor en la frente y nada mas cerrar los ojos se queda dormida en mis brazos, con la mano que me ha quedado libre cojo la manta que tenemos al lado, cubro con ella nuestra desnudez y poco después de entrar en calor yo también me quedo dormido.
Horas mas tarde unos golpes en la puerta nos despiertan a los dos, seguimos abrazados en la misma posición en la que nos habíamos dormido.
-¿Quién es? ¿Que sucede?-, digo algo inquieto por la situación.
-Señor, ya hemos llegado, tienen que prepararse para que le llevemos a tierra, su viaje termina aquí-, dice un marinero desde el otro lado de la puerta.
A toda velocidad preparamos el macuto en el que llevamos todo nuestro equipaje, nos vestimos y comemos el último trozo de pan que teníamos de la noche anterior. Al salir a cubierta todos los marineros nos miran con ojos extrañados, estoy seguro de que muchos de ellos escucharon lo sucedido anoche en nuestro camarote y la diferencia de edad es muy evidente entre Carla y yo. El capitán se acerca a nosotros, quiere cobrar el resto del dinero pactado, yo me niego ya que el trato decía que solo cobrarían cuando estuviéramos en tierra firme. De mala gana accede a mi petición, en el mismo bote que nos trajeron ahora nos acercan a la costa. Cuando quedamos varados en la playa saco del interior de mis pantalones una bolsa de cuero, cuento cuatro monedas de plata, se las doy al hombre que esta a los remos que nada mas recibirlas se baja del bote lo hace girar y vuelve a remar con dirección al barco.
Si el capitán a cumplido estaremos a un día de trayecto de casa de mi hija. Nada mas salir de la playa encontramos un camino. Ante la incertidumbre de ir al norte o al sur Carla decide que lo hagamos en esta última dirección. Pocas millas mas adelante encontramos una aldea donde ella pregunta por el pueblo donde vive mi familia ya que yo no conozco el idioma. El capitán se ha portado mucho mejor de lo que esperábamos, no estamos a un día de camino sino a solo un par de horas, que con las prisas y la emoción se nos hacen cortísimas.
Al llegar al pueblo es Carla de nuevo la que pregunta a un lugareño por la casa de mi hija, este muy amablemente nos indica donde se encuentra. En pocos minutos llegamos a la puerta, yo estoy muerto de miedo y lleno de emoción cuando golpeo la madera con los nudillos. Una niña pequeña nos abre, es rubia como era mi esposa, como es mi hija Marian y su esposo Lucas. La pregunto que como se llama y mi corazón da un vuelco al escuchar en nuestro idioma:
-Mi nombre es Ingrid como mi abuela-, dice la pequeña sonriendo.
Nada mas decirlo veo una sombra que se acerca por detrás de la niña, al mirar a la persona que viene hacia la puerta no puedo reprimirme, la cojo en mis brazos y la digo:
-Hija mía, no sabes las ganas que tenia de verte-, las lagrimas se me escapan de los ojos.
-Padre, hace días que os esperábamos, madre nos envió una carta antes de vuestra partida diciéndonos que había enfermado y que intentarías huir de Hamburgo para  llegar a nuestra casa-, mira por encima de mi hombro clavando sus ojos en Carla.
-No sabia que te hubiera escrito cariño-, digo con tono de sorpresa.
-Por lo que veo padre, ella no lo ha conseguido-, me dice compungida.
-No cielo, murió unos días después de partir, esta es Carla la mujer con la que tu madre quería que pasara el resto de mis días-, digo a la espera de una reacción por su parte.
-Bienvenida Carla, si mi madre quiso lo que mi padre dice creo que nos llevaremos bien las dos-, saluda Marian con una sonrisa sincera en la cara.
Unas semanas mas tarde, después de habernos instalado y comenzado a trabajar las tierras de la familia de mi hija descubrimos que Carla esta embarazada, la noche de pasión en el barco daría sus frutos dentro de unos meses. El recuerdo de mi esposa nunca me abandonaría pero puedo decir que me siento un hombre amado y completamente feliz.

                                                                                                                      J.M. LOPEZ

2 comentarios:

  1. ¿Sabes que en el libro que ahora estoy leyendo hay un viaje por ese territorio y también se habla de enfermedad? Lo que pasa que todavía no hay sexo de este tuyo que cura cualquier mal.
    ¡Qué bien lo haces!
    Besos de Pecado.

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    1. Muchísimas gracias. Me alegro de que me sigas leyendo y te sigan gustando.
      El sexo no lo cura todo pero ayuda un montón jajaja.
      Besos de pecado.

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