lunes, 7 de septiembre de 2015

UN ARTISTA SEDUCIDO


En una reunión con el Conde empezó todo. Tras la muerte de mi mentor el gran Leonardo Da Vinci en 1519, los trabajos bien remunerados escaseaban. A sus aprendices nos consideraban en Florencia simples imitadores del maestro, que había dejado el listón altísimo ya que se dedicaba no solo a la pintura y la escultura, sino que ejercía en todas las artes, ciencias, literatura, poesía e incluso era un fantástico inventor.


El Conde Montagna, era un hombre muy adinerado. Su gran fortuna provenía de la herencia recibida de sus padres, dos aristócratas de cuna que habían hecho fortuna sirviendo en un principio a otras casas nobles. El servicio que prestaban era muy sencillo, dejaban dinero a altísimo interés a familias que estaban en una situación algo comprometida, para pagar deudas, afianzar negocios o incluso cubrir los gastos básicos y seguir aparentando tener cierta fortuna y situación social. Como aval para darles esos créditos se ponían siempre las propiedades, palacios, tierras y demás. Al ser tan altos los intereses, era rara la vez que se podía devolver el crédito, con lo que la familia Montagna se quedaba con todo a muy bajo coste, para después venderlo todo a precios desorbitados. Con lo cual cada vez tenían más dinero y podían dar más créditos, así más ricos se hacían día a día.


Sus padres fallecieron en el año 1523 con muy poco tiempo de diferencia de uno a otro, en extrañas circunstancias, ya que aun eran  jóvenes y sus enfermedades raras y fulminantes. El nuevo Conde Montagna era un idiota integral, sin estudios, sin cultura y sin nada de experiencia en los negocios. Lo primero que hizo al cobrar la herencia fue casar a su hermana para quitársela de en medio y meter en un convento a su hermano pequeño. En el nuevo palacio se preparaban fiestas todos los meses, los más ricos del lugar asistían como locos a las celebraciones que se organizaban, unos para hacer la pelota al Conde, otros para ver la decoración del palacio y los últimos pero no los menos, para poner a parir en corrillos cerrados a su anfitrión.

El palacio en el que vivía mi nuevo mecenas era enorme. Uno de los avales no cubiertos por sus clientes, que había decidido quedarse para él. Por sus grandes dimensiones y la ruina absoluta del los antiguos propietarios, estaba casi vacío. Habían vendido casi todas sus pertenencias incluidas obras de arte, figuras decorativas y mobiliario. Lo poco que quedaba allí dentro eran las cosas que el Conde había traído de la vieja residencia de sus padres y gran parte del las estancias estaban cerradas para que nadie pudiera ver las paredes, techos y habitaciones vacios. Para eso me reuní con él; pretendía que yo y mi equipo redecorásemos todo el palacio. Yo me encargaría de pinturas y esculturas ya que eran mi especialidad, mis ayudantes de la parte más artesanal lámparas, escayolas y muebles.

Días después de hablar con él se firmo el contrato; si el Conde era honrado yo ganaría una pequeña fortuna, con la que pretendía montar un estudio en el que trabajar para mí mismo, vendiendo mis obras al mejor postor, aunque sabía que sería complicado y que tendría que seguir haciendo trabajos por encargo. A finales de 1525 mi equipo y yo nos instalamos en unas viejas caballerizas preparadas para poder vivir y trabajar en ellas. Los retratos del conde y su familia serian hechos en un salón vacio del palacio y para las esculturas me había reservado un lugar tranquilo en el otro extremo del edificio, donde en su momento se guardaban las herramientas con las que trabajaban los campos anexos a la inmensa finca, ya que los golpes de mi martillo contra el cincel y el mármol, granito y de mas materiales podrían molestar a todo el mundo, además me gustaba estar solo y muy concentrado durante las largas jornadas en las que tallaba, por ser un proceso muy delicado.

Lo primero era hacer un retrato del pequeño tirano. Después de horas de espera en el salón por fin se había presentado. Con su mal humor y sus malas maneras habituales, enseguida se cansaba posando y empezaba a farfullar insultos que yo tenía que soportar. Los sirvientes del palacio no le soportaban, en sus miradas se veía la ira y el odio que despertaba en ellos su señor, las ganas de agarrarlo por la garganta y apretar hasta que dejara de respirar. Los cocineros que le traían el almuerzo lo miraban enfadados, sujetando con fuerza entre sus manos el cuchillo de trinchar como si de un momento a otro se lo fueran a clavar en la espalda o en medio del pecho.

Su esposa una joven y delicada criatura, bellísima, de mas estatura que él, con las facciones de la cara perfectas y las medias de su cuerpo provocadoras; le soporta a duras penas. Ella venia de una familia también adinerada, que la caso con el Conde en un matrimonio de conveniencia obsceno, esto no solo había parado en seco su juventud, sino que la había anulado como mujer ya ni siquiera la permitía dar órdenes al servicio, la intentaba dejar como si fuera solo una cara bonita ante los demás y no la dejaba salir del palacio por celos. Su pelo negro, largo cogido siempre en una cola de caballo, los ojos marrones claros muy grandes que desaparecían casi por completo cada vez que sonreía, cintura de avispa, cadera amplia, piel blanca y cuidada, manos estilizadas terminadas en uñas largas muy cuidadas. La Condesa Montagna era una preciosidad, amargada por un marido autoritario y cruel. Yo tenía miedo del momento en que llegase el turno de sus retratos, no me gusta que nadie me moleste mientras trabajo y el Conde no dejaría que ella estuviese a solas conmigo en el salón.

Después de varios meses los trabajos avanzaban con rapidez, el equipo con el que cuento es muy profesional, las distintas estancias iban cobrando vida, los salones y habilitaciones se llenaban de luz, de color. Todo se abría al público que asistía a las fiestas para que se murieran de envidia. A mí me venía muy bien, esos invitados pedían mi consejo para sus casas y firmaba contratos para cuando terminara con el Conde. Según los carpinteros, cristaleros y de mas artesanos terminaban las obras, yo los iba mandando a esas otras mansiones y palacios para empezar a trabajar y así tener a todos mis clientes contentos.


Un año y poco después solo quedaba yo en la residencia, dos cuadros más del Conde y otros tres de su esposa más un par de estatuas que se colocarían en los jardines y todo estaría terminado. Por orden del señor me habían trasladado a una habitación en el interior del palacio, muy cerca del salón en el que yo pintaba mis cuadros y a pocos metros del taller en el que tallaba mis trabajos. A estas alturas ya había colocadas en las fuentes del jardín cuatro estatuas de granito de las que salían chorros de agua a gran distancia para hacer que tuvieran un aspecto mucho más espectacular.

Una mañana el jefe del servicio vino a buscarme a mi habitación.

-Maestro Benedetto, el señor esta indispuesto en sus aposento y no podrá asistir al salón para continuar con el retrato-, me dijo con cara de felicidad, no por la noticia en sí, sino por no tener que aguantar al Conde en todo el día.

-No pasa nada Carlo, tengo cosas que hacer y un par de cuadros que rematar-, le conteste desde la cama, mas pensando en quedarme en ella que en hacer lo que le estaba diciendo.

El día fue muy tranquilo, a mí también me gusta descansar de vez en cuando. Salí de mi habitación a media mañana, fui al taller para afilar los cinceles y me lleve una gran sorpresa. Durante la noche habían llegado dos grandes bloques de mármol blanco especialmente comprados para las dos estatuas de los Condes, Francesco Montagna y su esposa Verónica Montagna quedarían inmortalizados a tamaño real en el salón principal del palacio. Las dos moles de piedra eran inmensas, bastas por los cortes irregulares realizados a golpe de maza y cuñas hasta extraerlas de la veta situada a cientos de kilómetros en los Alpes Apuanos en Carrara. De esas mismas vetas llevaban siglos saliendo alguna de las mejores obras del cristianismo.

Nada más verlas comencé a dar vueltas a su alrededor intentando ver por dónde empezar y sentir la figura que había en su interior , ya que un artista que se precie lo único que hace es quitar el mármol sobrante hasta que solo quede la obra que se esconde en el corazón de la roca. No me podía resistir, cogí mis herramientas, empecé a golpear con suma delicadeza. Las astillas de la piedra caían sin cesar y sin darme cuenta las horas pasaron a toda velocidad. Cuando el Conde entro en el taller yo estaba tan metido en mi trabajo que ni siquiera me di cuenta.

-Maestro, ¿Parece que lo ha cogido con ganas?-, escuche a mi espalda.

Al girarme le vi allí quieto, de brazos cruzados, con su típico gesto de prepotencia.

-Si señor Conde, ya tenía ganas de empezar a tallar este mármol blanco de Carrara de tantísima calidad-, realmente no sé ni que decirle.

-Y tan caro, no se le olvide-, en su cara veía que si yo metía la pata en esto, lo pagaría con mi propia sangre.

Dicho esto el Conde salió sin decir nada mas, dejándome intranquilo y más nervioso de lo que estaba hasta ese momento. Su manera de decir las cosas, siempre con segundas intenciones, hacia que todos los que trabajábamos para él le temiéramos. Si fue capaz de hacer lo que se cuenta con sus padres que no haría con un pobre escultor.

Al día siguiente decidí dejar las esculturas para otro momento, hice llamar a la Condesa para empezar uno de sus retratos y como ya había imaginado se presento con dos de los guardias de su marido  armados con daga y espada corta, como me pasara un pelo imagino las ordenes que tendrían. Con lo cual una reverencia a la Condesa y un simple “Buenos días mi señora” bastaron como saludo.

-Antes de empezar ¿Me gustaría saber cómo quiere que haga el retrato?-, la digo de manera amable.

-No entiendo, pensaba que los grandes artistas tenían sus propias ideas-, me dice sorprendida.

-Condesa Verónica, yo tengo muchas ideas pero este es un trabajo por encargo y me tengo que plegar a sus deseos-, le explico.

-Está bien, lo entiendo-, dice sonriendo, -He venido con este vestido que mi marido me regalo en nuestro último aniversario y sé que le va a gustar un retrato con el puesto, ¿Le parece bien maestro?-, dice sonriente dando una vuelta sobre sí misma para que pueda ver el vestido completo.

-Me parece una gran idea, además hace que resalte su preciosa figura y el color rojo le da vida a las facciones de su cara-, al decir esto miro a los guardias asustado por una posible reacción que no aparece. Son como dos estatuas a las puestas del salón.


La Condesa se cubre de inmediato la cara con el abanico también rojo que tiene en la mano derecha intentando tapar lo sonrojada que esta. Creo que no está acostumbrada a recibir ese tipo de halagos ni siquiera de su marido.

Pues dicho y hecho, le pido a la Condesa que se ponga junto a un pequeño pie de mármol en forma de columna románica que hice traer para los cuadros del Conde, así cuando estén colgados de las paredes del palacio parecerá que se hicieron a la vez y en el mismo sitio. Ella apoya una mano sobre la columna, va a guardar el abanico y la detengo.

-No por favor, manténgalo abierto en la mano izquierda apoyada contra su cadera-, ella obedece complacida.

Sobre el lienzo lo primero es definir con leves trazos de carboncillo como va a quedar el conjunto situado en el. Las formas de la Condesa son asombrosas, su cuerpo estilizado hace que mi imaginación fluya con cada trazo. Sus curvas y los volúmenes que da el vestido serian el deseo de cualquier hombre. Ella empieza a hablarme.

-Maestro-, me dice.

-Por favor Condesa, no me llame maestro, simplemente Benedetto-, no me gusta que una mujer tan bella me llame así.

-De acuerdo, pues hagamos un trato Benedetto, llámame Verónica. Por lo menos mientras este posando para tan afamados pinceles-, dice de nuevo sonriendo.

-Está bien Verónica, pero solo mientras hago sus retratos y entre las cuatro paredes que representan este salón-, la digo muy contento.

Durante las siguientes horas,  continuo con los trazos de lo que empiezo a pensar será una gran obra, de una mujer magnifica. Las conversaciones pasan por su vida y la mía, por como conoció al Conde el mismo día de su boda, de manera muy inteligente mediante indirectas, me cuenta lo desdichada que es en su matrimonio sin que los guardias se den cuenta de nada. Me pregunta por mi vida al lado del gran Maestro Leonardo, yo le cuento las mil aventuras vividas a su lado, lo agradecido que estoy por salvarme la vida, ya que me recogió en un orfanato en el que nadie quiso nunca adoptarme. Como me enseño a leer y escribir antes de darme el primer pincel y como intento enseñarme todas las artes que practicaba. La cuento que la pintura me apasiona pero que mi autentica vocación es la de escultor, que me llena el alma dar vida a la piedra inerte.

Las horas pasan rapidísimo, al salón nos llevan el almuerzo, la comida y vienen a buscar a Verónica para la cena. No solo estoy inspirado por esta tremenda mujer, que seguro será mi musa en muchas obras a partir de ahora, también estoy sorprendido de su frescura, de su agradable charla y de todos los movimientos coquetos que realiza sin darse apenas cuenta.

No solo las horas pasan rápido a su lado, los días, las semanas y los dos meses que paso en su compañía mientras pinto. Incluso nos sentamos juntos a la misma mesa para almorzar y comer, su cercanía hace que vea la mujer increíble que hay en ella reflejada en sus ojos marrones, me permite comprobar la gran simetría de las facciones de su cara y fijarme a hurtadillas en lo fantástico que es su pecho a través del escote generoso que tiene el vestido, sin tener grandes pechos sabe muy bien cómo sacarles partido. Creo que en alguna ocasión se da cuenta de que no siempre la miro a los ojos, pero ella no dice nada solo sonríe.

Durante todo este tiempo no la he dejado ver el cuadro, nunca me gusto que nadie viera mis obras antes de terminarlas. En realidad la última semana no me hacía falta ni que estuviera presente, pero yo hago como que pinto solo para tenerla cerca de mí. El Conde quiere resultados y tengo que dar este cuadro por terminado, total me quedan otros tres que hacer de Verónica.

Los dos entran juntos en el salón, sin rozarse lo más mínimo, cuando quito el gran paño que cubre mi obra el Conde no reacciona, pone esa cara de “No está mal” que solo él sabe poner. Verónica me mira sorprendida. Hace como si le comenta su opinión a su marido, pero yo se que está hablando conmigo.

-Es maravilloso, fantástico, luminoso; el vestido es aun más bello en el lienzo que en la realidad, y yo me veo más hermosa que en cualquier espejo de los que tenemos en el palacio. Muchas gracias amado mío, estoy deseando empezar con el siguiente, aunque ahora tengo curiosidad de ver al escultor en acción-, le suelta de sopetón, cosa que nos sorprende a los dos.

-No me parece bien Condesa-, dice con tono enfadado, -El acuerdo decía que tras terminar las obras de decoración y todos los cuadros, si eran de mi agrado podría empezar con las estatuas y ya le pille una vez empezando sin mi permiso-, su mirada hacia mí es heladora.

Por eso se enfado el día que me vio tallando, si no le gustaban los cuadros buscaría a otro artista que hiciera las estatuas.

-Esposo mío, el maestro ha demostrado tener una gran mano con esto y por lo que tengo entendido es aun mejor escultor, te pido que le dejes empezar con mi estatua-, le dice al Conde poniendo ojitos, a lo cual el no puede resistirse.

-Está bien, mañana empezara a tallar, pero en menos de tres meses quiero que esté terminada la obra-, dice mirándome amenazador.

El Conde se marcha dejando conmigo a su esposa, los guardias le siguen a él. Es la primera vez que estamos a solas los dos. Frente al retrato no puedo dejar de mirarla, la cercanía de nuestros cuerpos es absoluta, ella mira al lienzo, yo en cambio no puedo dejar de mirarla de arriba abajo, creo que me tiene hipnotizado.

Cuando la Condesa gira la cabeza hacia mí con una amplia sonrisa yo rehuyó sus ojos. Me puede la vergüenza, por si ha visto en mi el deseo y el respeto por una mujer de tan alto nivel comparado conmigo.

Verónica acerca su mano a la mía y roza mis dedos.

-Yo también siento ese mismo deseo, maestro-, dice agarrando mi mano con fuerza.

Levanto la mirada dejándola posada en sus precioso ojos, la atracción es mutua, eso no lo esperaba.

-Condesa, lo siento pero me siento cohibido ante tanta belleza, además de la extraordinaria persona que se esconde tras ella-, las palabras se me entrecortan en la garganta.


Aprieto mi mano contra la suya, doy un paso poniéndome delante de ella a muy pocos centímetros de sus carnosos labios. Ella no se echa atrás, sin dejar de mirarle a los ojos me acerco a su boca muy despacio, no quiero asustarla. Cuando estoy a punto de besarla es ella quien hace el último movimiento de aproximación. El roce de sus labios es suave como la seda, nos agarramos las manos, entrelazando los dedos, no me resisto a la tentación. Sin soltarla abrazo su cuerpo por la cintura atrayéndola aun más hacia mí. Su boca se abre un segundo, el cual aprovecho para introducir mi lengua, ella hace lo mismo en mi boca. La pasión se desborda entre los dos. Suelto sus manos y Verónica me agarra con fuerza por la nuca profundizando nuestro beso aun más. Mis manos de manera inconsciente recorren sus caderas, una curva perfecta que me lleva sin remedio a sujetarla por los glúteos y apretar así mi cuerpo contra el suyo.

Un ruido a la espalda del retrato, que al interponerse entre nosotros y la puerta no nos permite ver quien está allí, hace que los dos nos separemos de golpe.

-Señora Condesa, el señor reclama su presencia en el salón de baile de inmediato-, es la voz de la sirvienta personal de Verónica.

-Voy ahora mismo-, dice sin salir del parapeto del lienzo y sin dejar de mirarme a los ojos.

-Maestro, tengo que irme, espero que mañana el trabajo sea satisfactorio para los dos en el taller de escultura-, dice con sonrisa picara y algo descocada, lo cual me hace estremecer.

Sale del salón a toda prisa, mientras yo la miro alejarse pienso, si su marido se enterase de lo que acaba de suceder, nos mandaría matar a los dos sin dudarlo un segundo. Al cerrarse la puerta tras ella la tensión del momento me vence, las rodillas me tiemblan y tengo que apoyarme en el caballete para no caer al suelo.

Deseo a esa mujer casi desde el primer instante que la vi, pero también se las consecuencias que tendría un error por parte de cualquiera de nosotros. Aunque si ella me desea yo no podre resistirme a sus encantos ya que con solo su mirada ya me había seducido, con lo que no quiero ni decir cómo me encontraba  después de semejante beso.

Esa noche me despierto varias veces con pesadillas, en unas el conde asfixia a Verónica con sus propias manos ante mis ojos; en otras soy torturado de mil maneras distintas para hacerme confesar la traición. Antes del amanecer, me tiro de la cama, abro la ventana de mi habitación y siento como el frio de la noche entra en mis pulmones haciéndome reaccionar y sentir mucho mejor.

Enseguida tengo hambre, me dirijo a las cocinas para coger lo que pueda. En la puerta me doy de bruces con la ayudante de cámara de Verónica, me saluda amablemente y se aparta para que yo pueda entrar.  La mujer que deseo está sentada a la mesa, con una bandeja de pastelillos recién horneados. Lleva puesto un camisón fino, que cubre su desnudez hasta los tobillos y me deja ver sus pies descalzos. Una bata de raso ceñida al cuerpo con una lazada en la cintura. Su precioso pelo cogido con una gran pinza en la parte de atrás de la cabeza. Al verme entrar sus pómulos se enrojecen, rápidamente cierra un poco más la bata para que no vea el generoso y fantástico escote que deja casi al descubierto sus pequeños pechos.

-Buenos días maestro, no esperaba verle tan pronto, ni en esta situación tan violenta-, me dice completamente colorada.

-Perdone Señora Condesa, si lo desea puedo retirarme y esperar a que usted termine-, contesto yo también avergonzado.

-No, no se vaya, simplemente me ha sorprendido. Marta puedes retirarte, ya estoy acompañada y no hace falta que me vigiles-, le dice a su ayudante, que hace una pequeña reverencia, cierra la puerta y por el sonido de los zapatos en el pasillo se aleja rápidamente.

-¿Puedo sentarme?-, pregunto.

-Si por favor, siéntate frente a mi-, de nuevo la sonrisa aparece en su rostro.

No decimos mucho mas, el momento ha sido violento para los dos. Tomo asiento frente a ella separados por la mesa llena de viandas. En los fogones hay mucha actividad, nadie está atento a lo que hacemos o decimos, todos se afanan en preparar los desayunos y empezar a hacer la comida que degustaremos durante el resto del día. Yo no puedo dejar de mirarla, ya no me corto, paso de los ojos a la boca, después a su escote. Ella pasa de manera muy sutil los delicados dedos por el abriéndolo un  poco para que pueda disfrutar de las vistas, roza con la yema de sus dedos el contorno de sus pechos, haciendo que me excite.

Coge un pastelillo alargado de la bandeja, se lo acerca a la boca, pero en vez de metérselo en ella, saca la lengua y lame la crema que hay en él como si lamiera un falo erecto. Tan erecto como estoy yo ahora, sin morderlo se lo coloca entre los labios y absorber la dulce sustancia que lo recubre, un escalofrió recorre mi cuerpo terminando en mi pene y haciendo que la desee ahora mismo.

De repente siento algo entre las piernas. Por debajo de la mesa Verónica ha extendido una pierna, apoya su pequeño pie sobre mi miembro y lo masajea de manera muy placentera para mí. Descalzo mi pie derecho y hago lo mismo, enseguida siento en roce suave de sus ropas en los dedos, veo como esconde una mano bajo la mesa, noto como me agarra el pie, como dejo de sentir la tela y como dirige a su entrepierna los dedos de mi extremidad. Su pubis desnudo es cálido, húmedo, muy apetecible. Con cuidado busco la entrada al sexo que tanto deseo, nada mas hallarlo y rozarlo veo en sus ojos la pasión, sus pezones se marcan en la fina tela y un suspiro sale de su boca. Aprieta con más fuerza contra mis testículos, casi provocándome dolor, bajo también la mano, me pego a la mesa para esconderme un poco más y libero de sus ataduras mi erección, no hace falta que la guie, enseguida encuentra lo que busca y lo acaricia con mucha suavidad. Siento que voy a estallar.


Todo para en un segundo, al sentir que deja de tocarme yo hago lo mismo por si alguien está mirando.

-Vamos al taller Benedetto, necesito que empieces a trabajar ahora mismo-, dice la Condesa levantándose bruscamente acomodando su camisón de nuevo hasta los tobillos.

-¿Ahora mi señora?-, digo sorprendido. –No puedo levantarme, se notaria mucho mi estado-, digo susurrando señalando con un gesto de cabeza mis partes intimas.

Ella sonríe.

-Entonces te espero allí, pero no se te ocurra dejar que tu erección baje del todo, la necesito ya-, dice en un susurro para que nadie la escuche, mientras se aleja hacia la puerta.

Sale de la cocina dejándome completamente colorado y sintiendo que todo el mundo me mira, cuando en realidad todos están a lo suyo. Espero unos minutos que se me hacen eternos. Me levanto de la silla muy despacio, lo primero que hago es mirar mi entrepierna para ver si la presión que aun siento en ella se nota a través de mi ropa. En el pasillo no hay nadie, recorro la distancia que me separa del taller con grandes zancadas. Unos metros antes de la puerta me encuentro con dos guardias, lo primero que pienso es que ya está todo perdido. Me paro casi en seco al verles, ellos siguen andando hacia mí.

-Buenos días maestro, ¿Que toca hoy pintura o escultura?-, me pregunta uno de ellos de manera amigable.

-Me encerrare en el taller, hoy quiero estudiar por donde atacar la mole de mármol antes de empezar a tallar-, les contesto. Esto me servirá para que si no escuchan mi martillo no sospechen nada raro.

Se despiden de mí y continúan con su ronda. Yo entro a toda velocidad en la sala, cierro la puerta tras de mi e intento adaptar mi vista a la penumbra que reina en el lugar. No veo nada durante unos segundos. Cuando la vista se me aclara solo puedo adivinar donde están las dos rocas por su color blanco y que en un lado del estudio esta la ropa de la Condesa apoyada en una silla. Me giro y cierro la puerta por dentro con un gran madero que la deja trancada.

Me dirijo a la mesa de herramientas, enciendo una vela, no me atrevo a abrir las ventas.

-Benedetto, enciende mas velas, quiero ver tu rostro mientras yacemos juntos-, la voz de Verónica es un susurro en la penumbra.

Intento localizarla con la luz de la vela pero no lo consigo. Enciendo otro par de ellas, las voy colocando por el taller, en un segundo consigo ver los pies desnudos de la mujer a la que deseo, juega al escondite conmigo ocultándose tras las rocas.

-Enciende mas maestro-, dice con una ligera carcajada.

Abro un cajón saco dos grandes cirios, prendo sus mechas y coloco cada uno sobre una pieza de mármol. El reflejo hace que gran parte de la sala cobre vida, pero Verónica sigue escondida.

-Desnúdate, para que estemos en igualdad de condiciones-, me dice con voz de deseo.

Me quito a toda velocidad la casaca por la cabeza, las botas y los pantalones, el calzón largo. Le doy una patada a todo lanzándolo lejos de mí.

-Bene, solo te pedí una cosa, que mantuvieras tu erección para mí y por lo que veo ya no es lo que era, hay que ponerle remedio de inmediato-, dice muy seria. –Siéntate en la silla al fondo de la habitación-.

Me giro, veo la silla de madera y me siento en ella, mis nalgas se contraen al sentir el frio en ellas. Al levantar la vista veo a la Condesa salir de la oscuridad. Esta completamente desnuda, es preciosa y maravillosa, incluso más que vestida. Camina hacia mí contoneando las caderas, sin dejar de mirarme a los ojos, con las manos apoyadas en la cintura. A pocos pasos se detiene, hago el amago de levantarme pero ella me para con un gesto de la mano. Se queda inmóvil, con las piernas ligeramente abiertas, lo que me permite ver su sexo a menos de dos metros, empiezo a sentir que mi erección aumenta de nuevo. Se agarra los pechos con ambas manos, acariciándolos con suavidad. Veo como los pezones empiezan a aumentar de tamaño, los coge entre los dedos índice y pulgar, los pellizca levemente.


Verónica vuelve a caminar hacia mí, sin dejar de tocarse y acariciar su piel.

-¿Te gusta lo que ves?-, me pregunta.

Solo puedo asentir, paso la lengua por mis labios secos ansioso por probarlos.

-¿Quieres lamerlos?-, dice acercándolos a mi boca.

-Si-, es lo único que me da tiempo a decir.

Me mete uno de sus pezones en la boca, lo saboreo y lo acaricio con la lengua, de repente me quita la golosina de entre los labios, pero enseguida me deja repetir con el otro pezón. Ella pone su mano derecha entre mis piernas acariciándome los testículos, juega con ellos como si fueran dos pequeñas pelotas en su mano. Mi miembro cobra vida propia, no lo controlo ni quiero hacerlo, no paro de lamer sus senos, prácticamente me los meto por completo en la boca. Con la mano izquierda coge con fuerza mi verga, está muy dura;  Verónica se lame la palma de la mano lubricándola con su saliva y vuelve rápidamente a agarrármela, acariciando el glande, pasando los dedos por todo su grosor, un escalofrió tras otro recorre mi cuerpo. Se sienta sobre como si montara a caballo, deja que la penetre despacio. 


Casi sin moverme coloco mis caderas para estas aun más dentro. Verónica empieza a gemir, me monta al paso con suavidad, su piel se eriza. Aumenta el ritmo poniéndose al trote, dejando que su cuerpo caiga un poco hacia atrás, dándome con los pechos en la cara al enderezarse. Quiero ayudarla, sentirla; agarro con fuera sus nalgas apretándolas entre mis dedos con fuerza, marcándola el ritmo que me gusta y que creo que a ella también le gusta. Los dos nos impulsamos con más fuerza, ya galopa sobre mi verga, empieza a convulsionar, estallando en un orgasmo largamente deseado e incluso necesitado. Se abraza a mí quedando completamente inmóvil, sintiendo el placer que empezó entre sus piernas llegar hasta el último rincón de su cuerpo perfecto.


No puedo esperar más, la agarro por la cintura y me pongo de pies  pegado a su piel, al hacerlo paso la lengua por su pecho, su cuello, el lóbulo de su oreja, hasta besar sus labios tanto tiempo deseados. El sabor de su boca es el de los pastelitos de la cocina, muy dulce. Nuestras lenguas se entrelazan, los labios de esta mujer son los mejores que he probado en toda mi vida, blandos a la vez que firmes, suaves, agradecidos al contacto. Una de mis manos se desliza por su cintura, pasando por sus caderas, el culo y por ultimo su sexo. Esta caliente, muy caliente y mojado tras su primer orgasmo, en cuanto mi dedo corazón lo abre un poco escucho de nuevo los gemidos. 


Los dos estamos muy excitados y deseosos, saco el dedo de su sexo, empujo a Verónica contra la piedra de mármol, un quejido sale de su garganta al notar el frio de la noble roca, la cojo de las muñecas haciendo que suba los brazos por encima de la cabeza. En esa posición y sin soltar una de mis manos me aparto un poco para contemplar su cuerpo. Ella cierra las piernas y las contonea para que sus labios vaginales se rocen entre si dándola placer. Pongo la mano que aun tengo libre sobre su cuello, la paso como si fueran las cerdas de mi pincel de un hombro a otro con delicadeza, en una caricia continúa comienzo a bajarla, primero un pecho con un pequeño toque más intenso en su pezón, ella me mira con ganas de más; repito en el otro pecho, voy bajando por su abdomen liso. Al recorrido de mi mano hago seguir mi boca, dejando besos y lametazos por allí donde he pasado antes. Al llegar a sus labios mayores introduzco otra vez un dedo, sin sacarlo me pongo de rodillas soltando la mano que sujetaba sus brazos y empiezo a chupar su clítoris, parece un diminuto garbanzo, está muy mojado, duro, sabroso. Al mirar hacia arriba veo que no ha bajado las manos, las tiene sobre la cabeza donde yo las he dejado, sus ojos cerrados completamente, de la boca entreabierta salen jadeos constantes. Al sentir que me he detenido un momento me agarra no la nuca con ambas manos y aprieta mi boca contra la vagina deseosa de que termine lo que he empezado.


El ritmo de mi lengua se acelera, abre más y más las piernas a la vez que ejerce aun más fuerza contra mi nuca. En vez de un dedo meto tres en su cuerpo y comienzo masturbarla con fuerza sin dejar de comérmela. Juego con el pequeño garbanzo, le doy toques verticales y diagonales, hago pausas dando un gran lametazo desde la entrada a su cuerpo hasta la parte superior de los labios.


Su respiración se corta unos segundos para estallar en un largo gemido, el orgasmo la inunda, el deseo la desborda, el placer es total. Continuo uno momento saboreándola, pero rápidamente me pongo en pie levantando una de sus piernas a la vez y así tenerla aun más abierta al recibir mi miembro. Al besarla compartimos su sabor acido que al mezclarlo con el dulce es aun más exquisito.


Me coloco en posición acercando el miembro erecto a la entrada del paraíso, Verónica abre los ojos,  en ellos veo el deseo, la necesidad de más. No la voy a dar ese gusto de momento, juego con la punta del glande dejando que se lubrique bien en su néctar, cuando me dispongo a penetrarla ella me aparta de un empujón. Esto me pilla por sorpresa y casi doy un traspié y caigo al suelo.

-¿Qué crees que haces?, yo también tengo hambre de ti-, dice dándome otro empujón.

Mis piernas chocan contra la silla de madera de antes. Con un tercer empujón hace que me siente en ella. Verónica se pone de rodillas ante mí, agarra mi pene con ambas manos y sin dejar de mirarme a los ojos se lo mete en la boca haciendo que un pequeño grito se me escape al sentir el placer. Es maravillosa, fantástica,  tiene un saber hacer que jamás pensé en una mujer de su nivel. Es increíble lo profundo que se hunde el miembro en su boca. Hace giros alrededor del glande con la lengua, consiguiendo que cada vez este más sensible. Yo también la agarro por la nuca y marco el ritmo que mas placer me da. Estoy a punto de estallar en su boca, ella lo nota y se detiene, se pone de pies ante mí, hace que cierre las piernas y se sienta sobre mi verga de espaldas a mí.


Verónica apoya las manos en mis rodillas, va penetrándose ella sola, yo apenas me puedo mover. Cada vez que baja su cuerpo entro un poco más en su interior hasta estar completamente dentro. En ese momento se detiene, baja los brazos, me agarra por las muñecas y dirige mis manos a sus pechos que acaricio con total devoción rozando con los dedos sus duros pezones. Ella coloca los pies entre mis tobillos y con mucha sutileza hace que abra las piernas, ahora sí que estoy en lo más profundo de su sexo. Vuelve a comenzar el baile de sus caderas, arriba abajo sin parar hasta el fondo y de nuevo casi fuera. Yo sin dejar en ningún momento sus pechos comienzo a besar su espalda, llegando hasta el cuello donde dejo la marca de mis dientes apretando con suavidad.

Siento como está a punto de llegar el orgasmo de nuevo a su cuerpo, sus gemidos se aceleran, sus envestidas contra mi erección son brutales, la pasión la ciega, cierra las piernas para sentir más el contacto en su interior; yo no quiero ser menos, me dejo llevar y eyaculo a la vez que ella. Los dos gritamos juntos de placer intentando que ningún ruido pueda traspasar la gruesa puerta de madera.

No quiero soltarla, no sé cuánto ha pasado desde que terminamos de hacer el amor, solo sé que ya hace rato ella se levanto de mis piernas, extendió una manta en el suelo y tirando de mi mano hizo que me tumbara a su lado abrazándola aun completamente desnudos, besándonos sin parar. No hemos dicho ni una palabra en todo este tiempo, simplemente nos miramos a los ojos, yo acaricio su piel suave y ella hace lo mismo con la mía.

Llaman a la puerta con dos fuertes golpes.

-Un momento, el maestro está concentrado-, grita Verónica hacia la puerta.

Se levanta y empieza a vestirse, yo la sigo a toda prisa. Prácticamente hemos terminado de ponernos las ropas cuando suenan de nuevo dos golpes contra la madera.

-El señor Conde quiere hablar con su esposa lo antes posible-, dice una voz de hombre desde fuera.
-En unos minutos iré a su despacho-, dice Verónica con voz de mando.

Eso nos da tiempo a terminar de vestirnos, abrazarnos y darnos el último beso de despedida. Ella sale del estudio a toda prisa, casi a la carrera. Yo cierro la puerta a sus espaldas, cojo un carboncillo y empiezo a dibujar su figura en el mármol, por si el Conde quiere ver los progresos de la tan esperada obra. Esa noche me acuesto muy tarde, ya he dado incluso los primeros martillazos, haciendo que el suelo se llene rápidamente de cascotes. Es una locura pero quiero esculpirla tal y como la he tenido entre mis brazos, completamente desnuda, con algún detalle que tape sus partes intimas. No creo que al Conde Montagna le guste la idea, pero creo que algo me podre inventar para convencerle.

A la mañana siguiente y como era de esperar es él quien viene a comprobar los progresos.

-Buenos días Maestro, por los restos de piedra que hay por todas partes veo que ayer fue una jornada fructífera-, dice sorprendido por el trabajo realizado.

-Si mi señor, así fue-, le contesto sonriente.

-Esos trazos que aprecio a carboncillo, ¿La estatua va a ser de pie?-, dice creyendo ver algo en los garabatos.

-No lo tengo aun claro, pero me gustaría hacerle una propuesta-, de digo.

-¿Qué desea el artista? ¿No le quedan ideas?-, no lo dice, prácticamente lo chilla a los cuatro vientos.
-No mi señor, no es eso-, contesto rápidamente.

-¿Entonces qué es lo que quiere?-, empieza a estar de mal humor.

-Como las dos estatuas van a ir en los magníficos jardines que el Señor Conde posee, que más bien parecen el antiguo paraíso creado por nuestro señor. Me gustaría hacer dos estatuas de Adán y Eva, con los torsos desnudos y las facciones de mis Señores-, lo digo a toda velocidad como si estuviera convencido de su aprobación.

-¿Qué dice este majadero? ¿Qué tenemos que posar desnudos ante el mi esposa y yo?-, en vez de hablar conmigo parece que se lo dice a sus guardaespaldas que nos miran sorprendidos desde la puerta.

-No Señor Conde, los cuerpos les esculpiré sin necesidad de que nadie pose desnudo, solo necesitare un posado de ambos para las cabezas de tan fantásticas estatuas-, como me ha costado soltar esto.

El Conde Montagna se queda pensativo unos segundos, dando pataditas a los trozos de mármol que lo rodean, empieza a caminar de una pared a otra de la sala hasta que una idea parece surgir de su mente.

-Está bien, me parece muy buena idea, solo le voy a hacer una petición-, me dice ya algo menos enfadado.

-La que usted quiera por supuesto-, le digo sonriente y muy aliviado.

Manda salir a los guardias, se acerca a mí y me dice al oído:

-Tendrá que hacerme más alto de lo que soy y algo más musculado, últimamente no estoy demasiado en forma-, al decir esto se sujeta la voluptuosa barriga.

-Por supuesto mi Señor, no lo dude, será como esas estatuas griegas de cuerpos perfectos-, le digo sorprendido.

-De acuerdo, puede usted continuar con su trabajo-, dice saliendo del estudio complacido.

La tensión del momento me hace caer rendido sobre la silla en la que ayer mismo hice el amor con su esposa, dejo salir todo el aire de los pulmones en un tremendo suspiro de alivio.

Durante muchas jornadas continuo con las estatuas, lo hago de memoria. El día que viene el Conde tallo sin parar pero sin ninguna gana. El día que viene Verónica hacemos el amor sin parar y trabajo por la noche para que se vean los avances. Nuestro amor aumenta cada minuto que pasamos juntos, al igual que la pasión y el deseo. Ambos tomamos una decisión muy arriesgada, huiremos juntos del palacio, nos marcharemos a otro país para no ser encontrados, yo soy un simple artista que no puedo prometer a mi amada grandes riquezas; a Verónica esto no la importa, lo único que quiere es marcharse de allí y pasar el resto de su vida a mi lado.

Durante semanas lo planeamos todo, mientras yo sigo tallando su estatua. El día ha llegado, hemos estado sacando cosas del palacio a hurtadillas sin que nadie se entere y preparándolas en un carro que tengo en mi vieja casa de la ciudad. La noche antes no he pegado ojo, la estatua de verónica está terminada, la cubro por completo con una gran sabana y abandono la casa con destino a la mía. Los nervios me atenazan hasta que veo a lo lejos llegar un caballo al galope, es mi amada.

Salgo al patio a recibirla y me dice que el Conde sospechara si tarda demasiado, que tenemos que partir de inmediato. Verónica se pone ropa más adecuada para ir de incognito y al anochecer partimos de Florencia. Los primeros dos días de viaje apenas nos detenemos intentando poner la máxima distancia entre nosotros y el Conde que seguro nos persigue, ya no por quitarle a su mujer, sino para matarnos por venganza ante tan humillante suceso.

Cuando al tercer día paramos en una posada, escuchamos rumores de que el Conde Montagna ha partido de Florencia con una especie de ejercito de mercenarios a la busca y captura de su esposa, que según dicen ha huido con un plebeyo del que se ha enamorado. Esto nos asusta aun más, estamos a muy corta distancia de Genova así que decidimos ir por mar. En el puerto nos dicen que un barco Español partirá esa misma noche, hablamos con el capitán pagamos el pasaje con el dinero que sacamos de vender el carro y el caballo. Al atardecer montamos en una barca y nos subimos a lo que será una nueva vida.

Desde el mascaron de proa vemos como las luces del puerto iluminan a un tipo mal encarado que llega al muelle montado en un precioso corcel. Es el Conde Montagna con sus hombres a la espalda, nos hemos salvado por muy poco pero una nueva vida nos espera en un país en el que tendremos miles de oportunidades juntos.

Meses más tarde al puerto de Barcelona llega un barco florentino, en la taberna donde trabajo por el momento escucho contar a los marineros una historia tétrica y a la vez feliz. Cuentan que un Conde tirano de la ciudad enfadado por la infidelidad de su esposa con un escultor, arremetió a martillazos contra la estatua de su bella mujer desnuda que el artista había tallado en su palacio. Eran tan fuertes los golpes que daba que una esquirla le salto al cuello quedándose le allí clavada provocando su muerte, una muerte dolorosa y angustiosa como es desangrase a solas. Sus criados le encontraron a la mañana siguiente sobre los restos ensangrentados de la estatua destrozada.

Cuando se lo cuento a Verónica los dos nos fundimos en un largo abrazo, nos besamos con más pasión que nunca y por fin comprendemos que somos libres de volver si lo deseamos. Después de hablarlo la decisión está muy clara; nos trasladaremos a Madrid y allí empezare a ejercer mi verdadera profesión, escultor.

                                                                                                                          J.M. LOPEZ                                                                                                                

6 comentarios:

  1. preciosa narración y rico y dulce el trabajo...para repetir...
    un abrazo

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    1. Muchas gracias por el comentario, me encanta que te guste

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  2. ¡Madre mía, qué texto! Me ha encantado porque me he perdido en los resquicios de las letras y en esos aposentos, testigos de esa lujuria. Te lo has trabajado que no veas. Digno de admiración.
    Solo una cosilla, hay archivos vintage muy buenos que te ayudarían a complementar más tus textos.
    Pero te hago la ola las veces que quieras.
    Besos de Pecados.

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    1. Muchísimas gracias por un comentario tan exquisito. Me alegro mucho de que te guste, ahora tardo en publicar e intento que la historia merezca la pena.
      Besos de pecado.

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    2. Lo consigues, la verdad. Hay gente que tiene facilidad para escribir y le quede bonito. Yo soy como tú, prefiero masticarlo, degustarlo y recrearme tardando un tiempo. <Pero me maravillo con tu forma. Ojalá me saliera a mí así.
      Besos de Pecado.

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    3. Gracias de nuevo. Por cierto me podrías mandar los enlaces a esas páginas que me decías?
      Besos

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