Ya
en el desayuno se tomaba dos jarras de vino, más otras tres durante la comida.
La situación había llegado a tal punto que el día en que el ejército de nuestro
vecino, el Conde Diego de Castro, entro en nuestras tierras, tardamos casi toda
la tarde en conseguir que mi padre diera la orden a sus generales para que
preparasen la batalla. No solo no se tenía en pie sino que además no podía casi
hablar, la primera orden que salió de su boca cuando comprendió lo que estaba
sucediendo fue “Proteged las almenas”, eso cuando a nuestro enemigo aun le
faltaban dos días para llegar al castillo.
Después
de esos dos días todo fue muy rápido, las órdenes de mi padre y la traición del
general Fernández hicieron que después de una mañana de lucha todo hubiera terminado.
Mi padre fue ahorcado en la plaza vieja, estoy seguro que no se entero ni de
que le llevaban al cadalso, mis dos hermanos pequeños murieron durante la
batalla, yo fui herido en un costado y hecho prisionero, mis dos hermanas
expatriadas y vendidas a los musulmanes que tenían en esa época la mitad de la
península bajo su mando.
Una
semana después de la batalla juntaron a todos los habitantes del castillo y sus
alrededores en la plaza donde había sido ajusticiado mi padre. Nadie sabía muy
bien que pasaba, en una gran tribuna se colocaron sillas para los altos cargos,
todas quedaron ocupadas menos las dos centrales, a los lados de estas se
repartía el Conde Diego junto a su mujer Doña Virginia, su amplia prole y la
madre de este que aun tenía pinta de mandar más que él. En el otro lado de la
tribuna el obispo, que casi no entraba en la silla por las tremendas posaderas
que tenia, a continuación los generales vencedores, incluido el traidor y por
ultimo un escribano con su atril lleno de rollos de papel, plumas, tintero, polvo
secante, lacre rojo y una vela encendida al lado.
Cuando
las trompetas y los timbales comenzaron a sonar todos los aldeanos se giraron
hacia la entrada de la plaza, a mi no me hizo falta para saber quién era la
persona que ocuparía la parte central de la tribuna, el Rey Alfonso IX de León
con su esposa se acercan a la tribuna. El murmullo de la gente me hizo pensar
que solo vino a ajusticiar a los que en su día no le prestamos ayuda contra los
musulmanes, en una batalla en la que unos novecientos cristianos cayeron muertos
bajo las cimitarras que con gran destreza manejaban los árabes. El mismo Rey
que un años después, en 1190, firmaría una tregua con el Califa Abu Yusuf, para
que este tomara el sur de Portugal llegando hasta Lisboa, ciudad que se
salvaría por la epidemia que contraen los moros y por la tremenda batalla que
los caballeros Templarios ofrecen defendiendo la ciudad.
Cuando
el Rey toma asiento ya estamos casi todos los prisioneros colocados de rodillas
frente a la tribuna, entre esta y nosotros un tocón de madera y el verdugo con
un inmenso hacha en las manos. La plaza se ha quedado completamente en
silencio, solo el relinchar de los caballos en los establos rompe esa quietud.
Alfonso IX se pone en pie diciendo a voz en grito pero con total tranquilidad.
-Estamos
hoy aquí para nombrar a mi buen amigo Don Diego de Castro dueño y señor de
todas estas tierras que unidas a las que ya tenía, formaran una alianza conmigo
para derrotar a los sarracenos que intentan tomar toda la cristiandad-, hace
una pausa, con un gesto de su mano hacia el Conde le pide que se acerque.
Este
con una tremenda sonrisa que no es capaz de disimular se arrodilla ante el Rey,
para eso estaba el escribano, acerca unos rollos de papel al conde junto con
una pluma y el tintero, después de firmarlos ambos echa polvo secante, lo
sopla, los enrolla, aproxima el lacre a la vela dejando caer un poco sobre
ellos, para que con el añillo real queden sellados todos los acuerdos.
Los
dos toman asiento y es entonces cuando el traidor se levanta de su silla, baja
la tribuna y comienza a recorrer la fila de prisioneros diciendo.
-Vosotros
habéis sido declarados enemigos de la corona, aunque esto conllevaría la pena
de muerte tenemos la necesidad de mandar tropas a Tierra Santa para ayudar en
la reconquista de Jerusalén, por ello el que lo desee tendrá que jurar
obediencia a su Majestad el Rey Alfonso, será desterrado y enviado a Inglaterra
para que se una a las filas del Rey Ricardo en su cruzada-, cuando termina de
hablar esta en el final de la hilera de prisioneros arrodillados.
Tras
mirar a Alfonso y recibir su venia comienza de uno en uno, recitando primero el
nombre del acusado, le hace jurar obediencia, todos lo hacen hasta llegar a mí,
me hace levantar, postrarme ante el Rey y comienza con la misma letanía.
-Don
José de Rivera ¿Juras ante dios obediencia a su Majestad Alfonso IX de León?-,
sonríe al decirlo mirándome con desprecio.
-¡Juro!-,
digo en voz alta con la poca dignidad que me queda y a sabiendas de que si no
lo hago nunca podre vengar la muerte de mi padre.
El
general Traidor continúa.
-Por
ser hijo y primogénito de quien eras, además del destierro te unirás a la orden
Templaria como caballero, el voto de celibato no te permitirá traer al mundo
más descendientes de la que fue tu casa y viajaras a Inglaterra en galeras como
compensación y pago por los crímenes de tu padre, además te quedara prohibida
la entrada en el reino durante toda tu vida, si incumples esto serás
ajusticiado de inmediato, sin ningún juicio previo-, al decir esto solo le
falta escupirme a la cara.
Todos
se retiran, a mi me llevan de nuevo a mi mazmorra, de la que solo saldré unos
días después en dirección a mi tortura particular. El viaje en galeras no es
fácil, los latigazos, el agotamiento y el frio hacen que empiece a pensar que
habría sido mejor el verdugo. Cuando llegamos a puerto me separan de mis antiguos
compañeros, me llevan al campamento templario y allí soy despojado de toda mi
ropa, vestido como todos los demás, cota de mallas, peto blanco con la cruz
roja en el pecho, botas de cuero marrón y la famosa capa blanca con la misma
cruz en la espalda y los hombros.
En
un tiempo quise ingresar por propia voluntad en la orden, pero fue mi padre
quien me lo impidió ya que nunca le habían caído demasiado bien los templarios,
que los votos me impedirían tomar esposa y tener hijos, entre otras muchas
cosas, por lo que la idea de quedarse sin descendencia hizo que mi padre
ordenara forzar hasta el límite mi entrenamiento, fue durísimo y consiguió que la
idea se esfumara de mi cabeza. Al ser hijo de alta cuna pase directamente a ser
capitán, lo cual me permitía ciertos lujos como tener mi propio caballo, un
escudero a mi cargo y una tienda de campaña individual. Además en cuanto vieron
mi manejo de la espada y el arco se dieron cuenta de que podrían sacar más de
mí de lo que el Rey Alfonso se había imaginado en un principio.
El
tiempo que duro el viaje fue horrible, cuando llegamos a la ciudad costera de
Acre en Tierra Santa, una cuarta parte de los que salimos de Inglaterra habían
muerto por el camino, pero al llegar todo cambio. El Rey Ricardo ya había
tomado la ciudad, los preparativos para el asalto a Jerusalén habían comenzado,
a sabiendas de que el camino no sería fácil y que muchos de los que estábamos
allí no volveríamos vivos a Europa jamás.
Durante
una reunión con los mandos de la tropa la conocí. Ella era alta, rubia, tenía
una figura magnifica y buenos modales. Serbia vino en las copas de los altos
mandos, cuando nuestras miradas se cruzaron sentí que un ángel me miraba, con
unos enormes ojos azules, piel blanca como la espuma del mar y una sonrisa
dulce. Al ver como la miraba se ruborizo, yo aparte la vista de inmediato.
Días
más tarde los franceses comandados por el Rey Felipe y los germanos con
Leopoldo V a la cabeza, se marchan de la ciudad tras discutir sobre como
repartir el botín con Ricardo y quien debería ser el rey de Acre. Los alemanes
no se van muy lejos pero ya no participaran en más batallas y los franceses en
un acto considerado traición abandonan Tierra Santa. El rey Ricardo intenta
negociar la liberación de los prisioneros musulmanes con Saladino, este se
niega a pagar un rescate, por lo que Ricardo mata ante las puertas de la ciudad
y a la vista del ejercito sarraceno a tres mil de los prisioneros, desde ese
momento será llamado Ricardo Corazón de León.
Los
preparativos para continuar hacia Jerusalén estan casi terminados, los
generales nos llaman a una gran reunión en la que nos explican los detalles de la
ofensiva. Es durante esa misma reunión cuando la veo de nuevo, yo en esa época
ya había sido ascendido a comandante, tenía voz y voto en todas las decisiones,
aunque como es normal la última palabra era siempre del Rey.
La
veía observarme mientras discutíamos detalles de la batalla, cada vez que
nuestras miradas chocaban ella me sonreía a lo cual yo contestaba con otra
sonrisa. Llenaba las copas de los
presente girando alrededor de la mesa con una jarra de vino en la mano, cuando
llegó a mi altura se apoyo sobre mi hombro estirando su precioso cuerpo pon
encima de mi cara, dejando que sus grandes pechos rozaran mi cabeza al hacerlo.
Como nunca en mi vida había pensado en ser célibe, yo ya había estado antes de
mi condena con otras mujeres, sabia lo dulce que es hacerlas el amor, lo
apasionadas que son cuando estan disfrutando y lo tremendamente manipuladoras
que pueden llegar a ser con hombres que solo piensen en sexo.
Pero
el juego que ella tenía conmigo no venía a cuento, mis votos me prohibían yacer
con mujer alguna, eso lo sabía ella seguro, ¿Por qué entonces continuaba tentándome?,
a sabiendas que si me pillaban con ella seria castrado y expulsado de la orden.
Creo que la respuesta estaba en mis ojos, llenos de deseo, de pasión, cada vez
que ella veía como la miraba estoy seguro que sabía lo mucho que la deseaba,
eso es lo que la provocaba, haciendo que jugara de esa manera con mi hombría.
Después
de la reunión todo estaba muy claro, atacaríamos la ciudad musulmana de Jaffa.
La batalla fue muy dura pero como hasta entonces, las huestes de Ricardo
conquistamos la ciudad, montamos en ella el cuartel general de nuestros
ejércitos ya que a poca distancia estaba Jerusalén y teníamos abierto el camino
para los suministros en caso de atacar la ciudad Santa. Tuve que ir a que los Caballeros
Hospitalarios me curasen una fea herida en el brazo izquierdo, la cual no me
impedía manejar la espada con la diestra pero corría el peligro de infectarse.
Los vendajes se ensuciaron rápidamente, en la reunión del día siguiente la
mujer a la que deseaba desde hacía ya semanas se fijó en ello y se ofreció a
cambiármelos.
Ya
en mi tienda me ayudo a quitarme el peto, retiro los vendajes y curo mis
heridas, mientras pasaba sus delicadas manos por mi espalda y pecho, yo sentía
en mi entrepierna una hinchazón que no me permitía pensar, así que empecé a
hablar con ella.
-Después
de tanto tiempo viéndote por el campamento aún no se tu nombre-, la dije para
intentar empezar una conversación.
-Me
llamo Carla-, me contesto mientras seguía curando mis heridas.
-Carla,
yo soy José, es la primera vez que oigo ese nombre y tu acento es muy extraño
para mí ¿De dónde eres?-, pregunte.
Mi
nombre viene de Alemania, de allí procedo, vine con las tropas de Leopoldo V
pero cuando ellos decidieron marcharse yo preferí quedarme cerca de ti, ya te
había visto por el campamento en Acre y pensé que podía servirte de ayuda-, me
decía mientras masajeaba mi dolorida espalda.
-¿Ayudarme
en qué?-, dije sorprendido.
-He
visto en tus ojos el deseo, sé que no eres como los demás, que en tu país eres
un proscrito y que en un principio solo estabas aquí por los delitos de tu
padre, aunque ahora pienso que en el fondo esto te gusta-, me decía casi al
oído en susurros haciendo que mi excitación fuera a más.
No
podía creer lo que me estaba pasando, aparte a Carla de mi lado, la eche de mi
tienda, me cubrí con los ropajes que había allí tirados e intente descansar un
poco esa noche, lo cual me fue imposible al no quitármela de la cabeza. Cada
vez que cerraba los ojos la veía ante mi completamente desnuda, moviéndose de
manera sensual, acariciando las muchas cicatrices que cubrían mi cuerpo; al
despertar de esos sueños estaba cubierto de sudor, la erección era tan potente
que me producía incluso dolor. A media noche salí de la tienda, cogí el cubo de
agua que tenía para que bebiera mi caballo y me lo vacié por encima de la
cabeza, estaba helada, en el desierto durante el día el calor es insoportable,
pero por la noche hace un frio terrible; volví a acostarme y conseguí dormir
unas horas antes de despertarme con el ruido de nuestro ejecito ya en
movimiento.
El
viaje fue agotador, las fuerzas empezaban a flaquear y los víveres también. El
cuarto día de marcha nos dividimos tras recibir noticias de la avanzadilla de
donde se encontraba el ejército de Saladino, Ricardo siguió adelante en
dirección a los sarracenos, los caballeros Hospitalarios se colocaron a la
derecha de estos y nosotros los Templarios a la izquierda. Al amanecer del
sexto día los musulmanes atacaron la posición de Ricardo Corazón de León
directamente, creían que con la superioridad que tenían podrían vencer con
facilidad a los cristianos y en un principio lo consiguieron ya que los dos
ejércitos que les flanqueamos tardamos demasiado en llegar.
La destrucción fue total, el campo de batalla
se llena de cadáveres tanto de moros como de cristianos, a mí me derriban del
caballo y durante cerca de una hora lucho a pie con un mandoble que apunto
estoy de perder en varias ocasiones por el agotamiento. Los musulmanes se
retiran, somos los vencedores, pero con un ejército diezmado, sin posibilidad
de seguir atacando, con miedo a que Saladino ordene regresar a los suyos contra
nosotros, ese sería el fin de la cruzada. La batalla de Arsuf ha terminado.
Ricardo
lo sabe, ordena volver a Jaffa a todo el ejército, unos días después somos
atacados y expulsados de la ciudad, en el posterior contraataque la recuperamos
pero nadie se fía de nadie, cada vez somos menos y Saladino a conseguido cortar
los suministros. El rey me hace llamar a sus aposentos, me asciende a general ya
que muchos de los que tenia han fallecido, me da una habitación dentro del
palacio morisco, tras una reunión entre dos enviados de ambos ejércitos se decide
negociar una tregua para poder tratar ciertas condiciones con Saladino. Esa
noche vuelvo a ver a Carla, no lo hacía desde que la eche de mi tienda.
Cuando
sirve mi copa me dice al oído.
-José
necesito hablar contigo, creo que nos quedan pocos días de vida, si Saladino
ataca nos pasara a todos a cuchillo como Ricardo hizo en Acre con los
prisioneros-, esta distinta, de verdad parece que tenga miedo.
-Está
bien Carla, cuando termine la reunión pásate por mi habitación y hablamos-, la
digo yo también preocupado ya que tengo la misma certeza que ella sobre lo que
va a pasar.
-Voy
ahora mismo, pediré a los criados que te preparen un baño caliente y así nadie
sospechara de una copera dentro de las habitaciones de todo un general
templario-, al decir esto me sonríe y deja que sus senos rocen de nuevo mi
cabeza tal y como hizo uno de los primeros días.
Cuando
termina la reunión me dirijo a mis aposentos, son muy simples ya que los
musulmanes destruyeron todo el mobiliario antes de que llegáramos los cristianos,
pero la habitación es fantástica, el techo es un artesonado de maderas y
escayolas completamente talladas con las típicas filigranas de los árabes,
columnas de mármol, arcos de herradura en puertas y ventanas, cubiertos con
miles de pequeños baldosines de colores, las vistas de la ciudad desde mi
ventana son preciosas, desde aquí se ven los ocho minaretes donde el Muecín
llamaba cinco veces diarias al rezo, también se ve gran parte de la muralla. Más
allá todo es desierto, arena y dunas hasta donde alcanza la vista.
En
mi cuarto hay una pequeña piscina que Carla se ha encargado de mandar llenar
con agua limpia y aceites, el aroma que estos desprende inunda mis sentidos
cansado ya del olor a caballos, sangre y muerte. No la veo por ninguna parte,
me desnudo por completo, entro en el agua, enseguida siento el alivio en todos
mis músculos doloridos.
De
una esquina escondida sale la belleza germánica que me desvela en sueños, una
simple gasa semitransparente la cubre de los hombros a los pies, debajo de ella
no lleva nada, al interponerse entre mi posición y las velas que iluminan el
cuarto veo su silueta perfectamente dibujada, siento como el miembro viril
comienza a retorcerse debajo del agua. Carla se acerca a mí, sin dejar de mirarme
a los ojos, sin decir palabra va introduciéndose en la bañera conmigo, sin
quitarse las sedas, que con la humedad se la pegan a la piel haciendo que la
areola de sus pezones aparezca ante mí como si estuviera completamente desnuda.
Carla
coge un tarro de aceites, lo vierte sobre mi pecho y comienza un masaje por
todo mi cuerpo, ninguno hablamos no hace falta, se cómo va a terminar esto, la
verdad me da lo mismo morir en manos de mis hermanos cristianos, que en las de
los moros que están tan cerca de la ciudad. Sus manos son suaves, pasa las
yemas de los dedos por cada una de las cicatrices que cubren mi cuerpo, a estas
alturas de la guerra ya son muchísimas, siento escalofríos, mete una mano
dentro del agua, me agarra con fuerza del miembro y comienza a besarme en la
boca por primera vez, después de tanto tiempo lo deseaba con locura. Los dos
nos fundimos en un gran abrazo, nuestros cuerpos se hacen uno y el roce de mi
erección contra su pubis es todo un placer, muerdo su cuello como si fuera el
ultimo alimento que quedara sobre la faz de la tierra, de su boca salen gemidos
de placer y alguno que otro de dolor, Carla no me ha soltado aun, me la aprieta
con tanta fuerza que siento los latidos de mi corazón en ella.
Me
hace girar comenzando a lamer mi espalda húmeda, masturbándome sin descanso,
hace tanto tiempo que no estoy con una mujer que no tardo en eyacular dentro de
la bañera, pero a ella la da igual, continua hasta que mi erección casi ha
desaparecido, me hace salir de la bañera y me lleva al gran jergón de paja en el
que he dormido los últimos días. Me tumba boca arriba, besa mi boca como nunca nadie lo había hecho
antes, su lengua juega con la mía, me pide que este quieto, que la deje hacer a
ella, yo acepto.
Carla
monta sobre mis caderas como yo lo suelo hacer sobre mi caballo, los
movimientos de su cuerpo hacen que enseguida sienta una nueva erección, coloca
su espalda completamente en perpendicular a mi cuerpo, me agarra de las manos
llevándolas a sus grandes pechos, haciendo que los apriete con fuerza,
dirigiéndome ella, vuelve a tumbarse sobre mi acercando los tremendos pezones a
mi boca, cambiando ella misma de un pecho a otro. Yo no puedo dejar de
lamerlos, es sin duda lo más sabroso que he comido desde que salí de la
península. Los aprieto y los junto con ambas manos no puedo parar de
comérmelos.
Mientras
Carla vuelve a frotar su sexo contra el mío, siento como se la acelera la
respiración, como se la humedece la vagina, como sus labios mayores se abren
esperando ser penetrados, pero no me deja hacerlo. Poco a poco baja hacia el
miembro ya de nuevo en plena forma, pasando los labios y la lengua por todo mi
torso, al llegar a mi entrepierna se detiene y me dice.
-Creo
que esto te va a gustar, se lo vi hacer a un soldado francés con una de sus
coperas-, dicho esto se la introduce por completo en la boca.
La
sensación es increíble, el roce de sus labios con mi glande hace que mil
escalofríos me recorran el cuerpo, cada vez que la introduce hasta su garganta
siento que voy a estallar de nuevo, consigo controlar mis impulsos y no lo
hago, pero no se cuanto podre aguantar, cuando ella se da cuenta para
inmediatamente, se tumba a mi lado y me dice.
-Ahora
te toca a ti hacermelo a mí, eso también se lo vi hacer a la copera al soldado
francés-, me sonríe sujeta mi cuello y hace que acerque la boca a su sexo.
Como
no se qué hacer empiezo besándoselo, sintiendo en mi boca el calor y la humedad
que desprende, llenado mis fosas nasales con el aroma que desprende. Estudio la
zona con la lengua descubriendo que en punto la hago estremecer, dándome cuenta
que al hacer círculos con ella sobre ese punto Carla jadea e intenta ahogar en
su garganta gritos de placer. Introduzco la lengua en su sexo, saboreo la
intimidad de la mujer que ha conseguido que profane mi voto de castidad, de lo
que no me arrepiento en ningún momento, la deseo desde el primer día que la vi,
ha conseguido que antes de tenerla en mi cama me enamore de ella, que no deje
de pensar en ella ni un segundo, que se aparezca en mis sueños cada noche. No
solo la deseaba, sino que tenía sentimientos muy profundos por ella, cosa que
hasta la fecha jamás había sentido por otra mujer.
Mientras
mi lengua juega en su interior Carla con dos dedos se acaricia justo en el
mismo punto donde yo jugaba antes, sus gemidos se aceleran, mueve las caderas
de arriba abajo para que yo pueda lamerla con más fuerza, hasta que no puede
soportarlo, el orgasmo es salvaje ya no ahoga los gritos al contrario, deja que
su cuerpo disfrute sin ningún miramiento, me hace girar y quedar tumbado boca
arriba, de un salto me monta, esta vez haciendo que mi miembro entre
completamente en ella.
Se
mueve muy despacio, yo la agarro con fuerza por las voluptuosas caderas
intentando marcar un ritmo rápido.
-Tranquilo
mi amor, déjame a mí, los dos disfrutaremos más tiempo-, dice poniéndome una
mano en el pecho.
Sus
movimientos son muy lentos sacándola casi por completo e introduciéndola de
nuevo muy suavemente. Carla tenía razón es muy placentero y estoy disfrutando muchísimo.
Ella no tarda en tener un nuevo orgasmo aun más fuerte que el anterior, no dudo
de que cualquiera que esté cerca de mi dormitorio en el palacio la está
escuchando chillar. Se la clava de nuevo hasta el fondo pero esta vez solo
mueve las caderas haciendo ligeros círculos, coge mis manos, las lleva otra vez
hacia sus pechos haciendo que los masajee, son magníficos, firmes, duros y
enormes.
Sigue
así hasta tener otro orgasmo, necesito ser yo ahora el que derrame en su
interior mi semilla. Carla se da cuenta, se coloca a cuatro patas a mi lado y
me dice.
-General,
creo que ya sabes lo que tienes que hacer-, sonríe y se da un pequeño azote en
las nalgas.
Me
pongo detrás de ella, penetro en su cuerpo con todas mis fuerzas, grita de nuevo, la envisto con todas mis ganas
dándola un cachete en los glúteos cada vez en lo hago. Aumento el ritmo de
manera progresiva, ella mira hacia atrás apoya la cabeza en el catre, con las
manos se abre los glúteos para que pueda penetrar aun mas dentro. Verla y
sentirla así, hace que quiera terminar ya y a la vez que esto dure toda la vida,
pero no puedo aguantarme, descargo dentro de ella de manera frenética, con
espasmos e incluso calambres en las piernas, en el momento preciso que Carla
tiene su último orgasmo.
Pasamos
toda la noche juntos, repitiendo la experiencia un par de veces más, abrazándonos
en los tiempos intermedios, besándonos, acariciando nuestra piel, sintiendo el
calor del otro, charlando, conociéndonos mejor ya que hasta ese momento no habíamos
tenido la intimidad necesaria. La quiero y sé que ella a mi también.
Unos
golpes en la puerta me sacan del sueño en el que me encuentro al lado de Carla.
-General,
el Rey requiere su presencia de inmediato en el salón principal-, grita alguien
desde el pasillo.
Me
levanto de la cama, le pido a Carla que se oculte, con una sabana cubro mi
desnudez y abro la puerta.
-¿Se
puede saber qué ocurre?-, digo a mi sargento que está firme en la puerta.
-Señor
ha llegado un mensajero de los moros, no se mas, pero me da la sensación que
tendremos batalla-, dice el sargento que en el fondo es un crio asustado.
-Está
bien, iré de inmediato-, contesto.
Carla
me ayuda a ponerme la cota de mayas, el peto y las botas; coloco la capa
Templaria sobre mis hombros, ella se dispone a anudarla momento que aprovecha
para darme un último beso y decirme que me quiere, yo la contesto con un simple
“Y yo a ti mi amor”. Salgo a toda prisa del dormitorio, mi sargento aun esta en
el pasillo esperándome, cuando llegamos al salón principal está abarrotado,
creo que todos los mandos están allí de pie, cuchicheando sin saber muy bien
que sucede. El mensajero se encuentra frente al trono de rodillas, se le nota
inquieto, no tiene que ser muy agradable estar allí rodeado de un montón de
cristianos que están deseando ensartarle con la espada.
Ricardo
Corazón de León entra en la sala, se sienta en el trono que la preside, con un
gesto hace que el general más veterano se acerque al sarraceno. Este coge un
papel lacrado de sus manos, rompe el sello de Saladino y comienza a leer.
Cuando termina durante unos segundos se hace el silencio absoluto en el salón,
el Rey se levanta del trono, le pide al general que le acerque el papel, un
escribano se apresura a darle una pluma, ante el asombro de todos el Rey firma,
se vierte un poco de lacre junto a su rúbrica y Ricardo coloca su anillo encima,
dejando así sellado el acuerdo con los musulmanes.
-Que
comiencen de inmediato los preparativos para la vuelta a casa-, es lo único que
dice el Rey.
La
sala estalla en gritos de alegría, la guerra ha sido muy larga y aunque habríamos
dado la vida por recuperar Jerusalén el acuerdo es satisfactorio para ambos
bandos. La Ciudad Santa seguirá en manos de los infieles, pero los peregrinos
cristianos que lo deseen tendrán las puertas abiertas siempre, la guerra se ha
terminado.
Salgo
a toda prisa hacia mis aposentos, allí encuentro a Carla, la cuento lo sucedido,
se abraza a mí, llora desconsolada por la emoción, de momento ninguno de los
dos va a morir.
Los
preparativos son muy rápidos, todo el mundo tiene prisa por regresar a casa. Es
en esos momentos cuando yo me doy cuenta de que ya no tengo casa, la tristeza
se apodera de mí, a pesar de que mi corazón sonríe por tener a mi amada cerca
en todo momento.
La
última noche de Ricardo en Tierra Santa, Carla y yo hablamos. Decidimos ir a Jerusalén
como peregrinos, allí pediré perdón por todo ante el sepulcro de Nuestro Señor,
colgare mis ropajes de caballero, volveremos juntos a Acre lugar donde
comenzaremos una vida en pareja intentando ser todo lo felices que nos
merecemos.
J.M.
LOPEZ
bueno que decirte muy buena un fallo algunas fotos demasiado modernas para esa epoca por lo demas chapo
ResponderEliminarGracias por leerme y muy amable por el comentario.
EliminarLo de las fotos es casi un imposible, por más que he buscado no he encontrado de esa época.
Has dado en todos mis puntos: La Edad Media, los templarios, Saladino (un gran estratega, honorable sin duda) y la pasión que desborda.
ResponderEliminar¿Qué más puedo decirte?
Impecable.
Besos de Pecado.
Veo que nos gustan los mismos temas jajaja.
EliminarMil gracias. Besos de pecado.
Fabuloso!! Me quedé con ganas de más, se me hizo corto.
ResponderEliminarMuy bien relatado, documentado y la personalidad de Carla y Jose , aprendiendo y saboreando el deseo de ser uno ; especial!!.
Enhorabuena!!!! Eres un crack.
Besis
Habrá mas, no se si con esta temática aunque la verdad es que podría haber escrito un libro sobre esta época de la historia.
ResponderEliminarTodos tenemos algún momento en el que tenemos que probar cosas nuevas y experimentar.
Gracias besis.